Populistas ambidiestros vs. tibios como soda colla
Es un consenso que estamos frente al agotamiento del modelo primario, exportador, extractivista, comerciante y centralista, coquetamente conocido ahora como: “Nuevo Modelo Económico, Social, Comunitario y Productivo”.
Los síntomas del desfallecimiento del modelo también son claros: enorme déficit público, economía que depende del sector informal, fragmentación social, agotamiento del principal generador de excedente económico: el sector hidrocarburos, rentismos social y empresarial, niveles bajos de productividad y competitividad, empleo de muy mala calidad, serios problemas en los sectores de salud, saneamiento básico y educación, entre otros.
Por supuesto, la pregunta central es: ¿Cómo salimos de esta crisis que refleja el agotamiento del patrón de desarrollo, basado en los recursos naturales que ya estuvo en manos del sector privado, liberalismo y neoliberalismo, y ahora nuevamente en manos del Estado? La respuesta de moda es que vuelva el liberalismo puro y duro, los libertarios, o las diferentes versiones que enfatizan la supremacía de la acción del sector privado y del mercado. Los nostálgicos extremos inclusive ya están hablando de un decreto 21060 corregido y aumentado, despojándolo de sus coqueteos con el estatismo.
En los últimos meses aparecieron varios profetas y predicadores del extremo opuesto al estatismo. El fundamentalismo de mercado sugiere que las soluciones para la economía boliviana están en el ejercicio total de la libertad de las personas y las empresas y la reducción del Estado a su mínima expresión. Obviamente, el supuesto por detrás de estas ideas es que nunca hemos hecho estas transformaciones en Bolivia. Lo presentan como una novedad novedosa.
El periodo neoliberal de la economía boliviana, entre 1986 y 2006, es ignorado. Ni hablar del pasado más lejano de gobiernos liberales. Ahora sí vamos aplicar la receta pura y verdadera de las reformas de mercado, sostienen. Y vienen las viejas consignas presentadas como gran innovación: el Estado mínimo, la eliminación de todos los subsidios, la privatización de las empresas estatales y los sistemas de salud y educación, la dolarización de la economía y el cierre del Banco Central. Bajo el conjuro: Viva la libertad, automáticamente todos los problemas estructurales de la economía boliviana comenzarán a desaparecer.
Ciertamente, con el hartazgo, rechazo y rabia que producen las políticas del populismo extractivista, plagadas de corrupción, estas consignas parecen cautivantes y salvadoras. Con este impulso surge un espíritu, en algunos casos, legitimante justiciero y en otros, con demasiadas dosis de ajustes de cuentas. La promesa política es acabar con todos los bodrios y caricaturas conceptuales, reales o creadas, que se han construido últimamente: el socialismo, el comunismo, los zurdos, y otros estatistas. Bolivia y Latinoamérica no pueden liberarse del péndulo ideológico. La diversidad, complejidad y lo barroco de nuestros desafíos y posibles soluciones se rinden a la dictadura conceptual de lo blanco versus lo negro.
Por supuesto, todo lo que busque salir de la trampa de la polarización, ensaye ideas de concertación y encuentro, explore soluciones más complejas o intente la comprensión de lo abigarrado del funcionamiento social, económico y político del país es visto con desprecio porque se trataría de claudicaciones frente a la izquierda o la derecha. Los epítetos en esta dirección son también clásicos: pecho frío, ni fu ni fa, amarillos, pequeñoburgueses, claudicantes de centro. Todos tibios como soda colla, sentencia el populismo ambidiestro.
Ambos extremos del péndulo como siempre se concentran en los medios (instrumentos) y no en los fines (objetivos) del desarrollo como es la generación de riqueza, su mejor distribución, la eliminación de la pobreza, el aumento de la productividad y competitividad y otros. En suma, la felicidad de la gente. El debate ciego se focaliza en los medios ¿privatizar o nacionalizar? ¿Estado grande o Estado mínimo? ¿Cero o muchos impuestos?
Frente a este bipolarismo fanático, ante esta dicotomía irreconciliable, la interrogante también es tradicional: ¿Entonces de lo que se trata es de construir una tercera vía? ¡Oh qué novedoso! Pero ese camino ya ha sido propuesto y aplicado desde diferentes perspectivas. ¡No funcionan las medias tintas!, sostienen el populismo ambidiestro. Los fracasos más conocidos son los socialdemócratas europeos. En los años 50 también se hablaba de los países no alineados. Ni Washington ni Moscú. Ahora sería, ni gringos ni chinos, nuestro propio modelo. Pamplinas de templaditos, gritan desde las esquinas los ayatolas y monaguillos de las nuevas religiones.
Puesto entro lo uno versus lo otro y focalizados en los instrumentos, no hay salida. Estamos en guerra. Las ideologías y creencias no negocian.
¿Entonces cómo salimos del entuerto? La primera cosa que hay que reconocer es que no hay una receta única —en términos económicos, sociales y políticos— para el desarrollo, y que funcione en todo tiempo y lugar.
Segundo parece imprescindible que volvamos a hacernos algunas preguntas y no nos concentrarnos, en los instrumentos del desarrollo, mercado o Estado, y sí en los objetivos del desarrollo: ¿Cómo se genera riqueza, empleos y emprendimientos de calidad en tiempos de inteligencia artificial? ¿Cómo se crece sin destruir la naturaleza? ¿De qué manera se construyen sociedades más justas e inclusivas y sin pobres en la era de la globalización? ¿Cuál es camino para construir sociedades más democráticas y libres? ¿Cómo reinventamos el desarrollo a través de la dimensión ética? ¿Qué papel juega la creación social de valor público?
Las respuestas a cada una de estas preguntas varían de país a país. Los caminos a seguir dependen de la dotación de factores de producción, de la calidad del capital humano, de los recursos institucionales, y su capacidad de movilizarlos, de los imaginarios construidos. Pero sobre todo de una acción social y política: la construcción de un nosotros o sea de la capacidad como nación de hacer cosas materiales y espirituales juntos.
Un nosotros ciudadano y democrático que permita la circulación de la libertad y las ideas, que amplíe los derechos entre iguales y consolide las obligaciones de los diversos. Un nosotros creativo y productivo que suelte el alma emprendedora de los trabajadores, innovadores y empresarios, que apueste a una verdadera diversificación industrial, y que deje atrás la trampa de los recursos naturales.
Un nosotros solidario, que haga de la política social el centro de la política pública en base a una revolución en la salud y la educación. Un nosotros justo que reinvente, desde las bases, la justicia boliviana. En suma, un nosotros que entiende que el mercado y el Estado son construcciones colectivas, son incentivos que se crean y evolucionan. No son soluciones en sí mismas.
La compleja construcción del nosotros podría estar focalizado en el capital humano centro del desarrollo. Para que la gente sea feliz, Estado y mercado deben desplegar sus mejores virtudes, apostando a los valores y objetivos que nos unen y no, a los instrumentos que nos separan.
Columnas de Gonzalo Chávez Álvarez