El fútbol, escuela de vida
Mucho se habla de fútbol: como en toda actividad humana, para bien y para mal. Hechos que dan de qué hablar no faltan en nuestra cotidianidad: siempre hay motivos. Y no siempre son temas de los que vale la pena argumentar.
Quizás a nivel del fútbol profesional, ya hay poco que argüir puesto que es difícil revertir la corriente que se ha adueñado de la gestión de los clubes que, todos indican, debe ser de tipo empresarial, sin probablemente tener las condiciones apropiadas para poder gestionar la institución como si de una empresa se tratara.
No deseo en esta ocasión expresar mi parecer al respecto, prefiriendo reflexionar sobre algunos aspectos que conciernen la formación “desde abajo” de niños y jóvenes que se aproximan al fútbol para practicarlo como la disciplina deportiva que no deja de ser. Y en este ámbito, soy parte de un conjunto de dirigentes que se consideran privilegiados si todavía se tiene la posibilidad de aprovechar el fútbol con el fin de formar a niños y jóvenes para su bien y para beneficio de la sociedad.
El deporte en general, y el fútbol en particular, es propicio para generar en los jugadores imberbes, y a sus primeros pasos en su práctica, experiencias y vivencias significativas para el resto de su existencia. Tengo la certeza de que el fútbol es una escuela de vida. Así lo demuestra mi experiencia en un ámbito ya plurianual de formación futbolística junto a profesionales que han sabido inculcar principios de conducta deportiva y personal dignos de ser reconocidos por su contribución valiosa a la construcción positiva de nuestra colectividad. Elementos como la puntualidad, la responsabilidad individual y grupal, el esfuerzo y la superación como incentivos para mejorarse como jugador y persona, el sentido de pertenencia al grupo, la nobleza deportiva, el abrazar un propósito común e institucional, la disciplina como autogobierno personal y el sentido de vida sana, indudablemente, son puntos de partida esenciales que no dejan de transformarse en valores en la vida presente y futura de cada participante.
A través de la práctica del fútbol se puede contribuir sobremanera a forjar positivamente el carácter del jugador y también de la persona. La institución que se responsabiliza de esos ámbitos formativos no los puede descuidar de tal manera que el fútbol se convierte inicialmente en un medio y no tanto en el fin.
Al interior de este espacio de encuentro que es el club deportivo, aunque fuese sólo porque futbolistas, entrenadores y dirigentes conviven en un sinfín de actividades, se van gestando y gestionando relaciones que no están lejos de reflejarse luego en el ámbito mayor de la convivencia en sociedad. Al respecto, es importante señalar dentro del grupo la instauración por diferentes motivos de lealtades interpersonales que, si bien son positivas por generar compañerismo y fortalecer los nexos entre jugadores que aprenden a ser amigos dentro y fuera de la cancha, no pueden restar importancia a la necesidad de construir la lealtad institucional.
Enseñar a un niño y a un joven futbolista que la lealtad institucional es primordial porque lo reúne todo en una suerte de propósito superior por el que vale la pena entrenar y prepararse y así visibilizar el resultado grupal de tal esfuerzo como una propuesta útil de trabajo, sigue siendo fundamental. Es el “sudar la camiseta” del que nos hablaban antes ya que en ella se reflejan las voluntades, los sacrificios, las aspiraciones y los anhelos de todos y no precisamente de un integrante en particular, llámense entrenador o dirigente. Las lealtades interpersonales, si son exacerbadas, pueden dividir y fraccionar hasta convertirse en las temibles camarillas, suerte de “camorrillas” donde se practican favoritismos, privilegios y relaciones poco transparentes y, por qué no, corruptas.
Mejor ennoblecer la construcción de una lealtad institucional que se traduce en un querer de grupo, fruto de una voluntad de superación de todos. Eso ayuda a comprender y dar un justo valor a un objetivo colectivo, una cuestión a menudo difícil de asimilar en nuestra vida en sociedad.
Es cierto, poco se habla de eso en nuestros clubes, pero se lo hace. No echemos a perder nuestro esfuerzo en esta dirección formativa más allá del rayado de la cancha y, “desde abajo”. Hagamos fútbol para construir sociedad. Lo estético y bello del “jugar bien y limpio” también se lo agradecerá.
El autor es investigador del CESU-UMSS
Columnas de SILVANO P. BIONDI FRANGI