14 de septiembre, de Cochabamba su aniversario
“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. “Le arrebato a Italo Calvino esta reflexión poética que en esencia es un pasado y un presente, un reclamo y una complicidad, necesidad y saciedad, existencia y ausencia.
Así, como lo es para mí Cochabamba, la ciudad en que habito desde que los atardeceres septembrinos con vientos delicados y lluvias cortas, traían aromas a flores, a árboles desprendiendo sus esencias, a tierra mojada.
Campanillas de primavera que las posaba en mi puño y las reventaba para ver cómo teñían de morado mis manos. O afanado, corriendo tras “cortapelos”, cortando mi voluntad y haciéndome caer en la cuenta de que jamás los atraparía, mientras sus alas se mofaban de mi frustración. Pasado. Libros, caminos y días dan al hombre sabiduría.
Pero también el don de la simpleza, de la contemplación que, con frecuencia, tienen sus raíces en las cosas más sencillas y en los hechos cotidianos que nos toca apechugar sin enfado.
Las calles y avenidas de Cochabamba son centinelas del pasado y del presente. Abrigan, todavía, la memoria de una ciudad por descubrir, primaria y salvaje, pero también ambicionan ser transitadas diariamente con ese aire del despreocupado, imaginando un porvenir más halagüeño.
En Cochabamba, todo parece perpetuo: el tiempo, los amigos, los espacios, la familia, el amor y hasta la memoria.
El lenguaje de los cochabambinos está enclavado en las palabras que parecen explotar en la boca cuando se las pronuncia.
Hay una necesidad de exagerar en las ideas y de satisfacer, como un buen plato de comida, nuestro apetito por contar y platicar de historias que jamás se terminan. Las mil y una noches, bajo una luna de mágico encanto. “Cochabambina me contarás, de Cala Cala tú me hablaras, con tus ojos me darás la luz para soñar”, cantaban Los 4 de Córdoba.
Hablamos con énfasis, con vigor, y a menudo alargamos la trompa para que las ideas sean más tácitas y comprensibles. Hay una simbiosis constante entre el español y el quechua. Mágica alianza que a menudo se reafirma con diminutivos que denotan delicadeza y amabilidad.
Mamitay, servirite este platito; ¿quieres un ch’ajchitu, un pique macho, un chicharrón o una ch’anka de pollo o de conejo, o un silpancho, tal vez?
Ponte llajwita niñitay. Ya sabes, sin llajwa, no hay paraíso. Está molida en el batán de mi destino, con el morok’o de mis desdichas para hacer que te relamas tus labios ardidos de placer, listos para chapar a este tu ñatito misk’i simi.
Acércate hasta mis aromas más profundos. Siente la quilquiña en mi respiración, el suyco en mi boca y el sudor en mi frente. Ya ves, soy un inmortal que vaga por los angostos caminos de la Llajta, sin rumbo ni destino. Un wist’u vida a carta cabal. Después, sino te sientes obligada, tomaremos una chichita del pasado para sellar este presente que jamás será olvido, y así ch’atar para siempre nuestro amor.
Kulli o amarilla, no importa, el tacazo es que nos chupemos y nos vayamos cantando muestra fortuna, al son de un kaluyo, un huayño, o una cueca. Eso sí, con dos aros de por medio, uno, para secar juntos el casquito de chicha, y el otro para proponerte que te cases conmigo y así, juntitos, construir nuestro nidito de amor en las nubes, chunku palomita.
A este ladito está mi corazón, waway, palpitando mi amor por una hermosa ch’askañawi. No me defraudes ni me pongas cuernos, sino, lloraré mi supay vida hasta hacer que mi destino y mis días se conviertan en una k’encha perpetua. ¡No hagas que me sienta un supaypa huachasgan!
Ponte una chompita waway, que cuando me vaya de tu lado, nadie te va a querer como yo. Soy tu madre y mientras vivas en esta casa, se hace lo que yo diga y si no obedeces, ya sabes, un ch’apaso será suficiente.
Sin lisuras, mamitay, un ratito nomás estaré afuera, con mi amigo el ch’ampa uma, de doña Chavela su hijo.
Ch’allamos las derrotas, las victorias, las infidelidades, la salud, el dinero e invocamos a la Pachamama para que no se distraiga con nuestra buena suerte, con nuestras desventuras, o simplemente para que nuestra vidita no se ch’ipe más de lo que está.
En la amistad, la “che” de chango y de ch’iti nos transporta hacia barrios imposibles de tierra y de petricor. Hacia la memoria más remota y llena de cheganchadas.
Volaba ligero el volador y los rostros mach’osos y sudados nos recordaba que éramos niños a todo pulmón, todoterreno. Dándolo todo por la corta primavera de nuestro próximo invierno.
Eran otros tiempos, otros espacios, otras vidas. Éramos otros niños.
“Es una calle larga y silenciosa. Ando en tinieblas y tropiezo y caigo y me levanto y piso con pies ciegos las piedras mudas y las hojas secas y alguien detrás de mí también las pisa (...) (“La calle”, Octavio Paz).
Esta es mi ciudad, mítica y real, que transita junto a mí como una sombra perpetua, o que yo camino junto a ella, libre, de una sola pieza, natural y nostálgico.
No puede ser que en esta Llajta las campanas suenen sólo como campanas. Estoy seguro de que tienen sus sones diversos y ocultos que deben ser descubiertos.
Esta ciudad conserva secretos, astucias, magos, saltimbanquis, filósofos, encantadores de serpientes, hechiceros y hasta remedios caseros para las penas, el olvido y el ch’aki, y de yapa, otro casquito, niñituy, para curar lo que te provocó el ch’aki.
Es 14 de septiembre, de Cochabamba su aniversario y hay que celebrar como mandan las sagradas escrituras de la tradición qhochala.
Esta ciudad está hecha de fiestas y de zapateo, de vueltas y de bailecitos, de mixtura, de serpentina y cohetillos. Está construida de bondades, de mitos, de cuentos y de agradecimientos eternos. Es generosa, amable, religiosa y hasta envidiosa, dicen las malas lenguas.
Siempre mira atrás para saber lo que fue, lo que tiene y lo que podría conquistar.
En esta ciudad no viven prometeos encadenados. Habitan ícaros osados que vuelan alto, sin temor a quemarse las alas.
Esta ciudad está hecha de noches claras y de días oscuros. Su fe y su esperanza siguen siendo peregrinajes hacia altares de flores, fuego e incienso para clamar mejores días. A los pies de la Mamita de Urkupiña, o ante Santa Vera Cruz Tatala. Un terrenito, un autito, una wawita, o un amor nuevo, por favor.
“Tiempo hecho piedra y piedra hecha cuerpo”.
Esta es mi ciudad, sin finales ni principios: mitad sí, mitad no, o quizás todo lo contrario.
¡Bueno, esito sería!
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.