Bajo el efecto onírico de David Lynch
¡Quizás de eso se trate la vida!
De un secreto indescifrable, o de un eterno sueño del cual se despierta sólo con la muerte.
Un sueño dentro de otro sueño, diría Edgar Allan Poe.
Si la muerte es un misterio, la vida lo será mucho más, porque esta última te presenta miles de opciones para cómo vivirla y, a veces, ninguna te conforma.
En cambio, la primera, sólo te ofrece un camino; oscuro, desolado, enigmático y certero. Entonces es cuando recién caes en la cuenta de que quisiste vivir a plenitud.
Quiero pensar que la muerte de David Lynch es una más de sus maravillosas obras de arte. Y se fue así, sin sospechas ni disimulo, en medio de un atardecer azul, seguramente, de esos que siempre le gustaba reflejarlos. Una brisa delicada en medio de una bruma misteriosa.
Si él retornase a la vida, (en algún espacio y tiempo lo hará) quizás nos lo contaría de la misma forma como nos lo contó en sus tantas obras maestras.
El mundo onírico de David Lynch es una piedra angular de su estética cinematográfica y artística.
Sus obras están profundamente influidas por la lógica de los sueños, donde el tiempo, el espacio y la narrativa tradicional son maleables. O quizás no. Como en Mulholland Drive, una película, aparentemente compleja, que traza una línea imaginaria entre los sueños, ideales, fracasos, soledades y una realidad brutal que acaba con la muerte.
Lynch utiliza este enfoque para explorar el subconsciente, los miedos más primitivos, las emociones reprimidas y los aspectos inexplorados de la psique humana.
Mulholland Drive, es una monumental obra maestra. Estoy seguro de que nadie supo representar los sueños mejor que Lynch. Es una exploración casi palpable de un mundo profundamente surreal, pero también real, al tiempo.
¡Quizás de eso se trate la vida!
De una misteriosa forma de vivir en silencio los temores y los desasosiegos. Para Lynch, la vida es un gigantesco rompecabezas en la que todos los días se debe encajar, a ciegas, una figura invisible, fantasmagórica. Sólo se tiene unas cuantas señales para esa pieza, que casi siempre, es la incorrecta, entonces es cuando se da inicio al drama y a las angustias.
“Me gusta una historia que tenga una estructura concreta, pero que también contenga abstracciones. La vida está llena de abstracciones, y la manera en la que la desciframos es a través de la intuición”, decía. Una afirmación letal, pero estrictamente vital. Una contraposición a la vida que sólo un genio como Lynch pudo plasmarla en imágenes reales, sueños y dramas irreales que, como un retorno de lo idéntico, llevan a una interpretación profundamente real.
Así se vio Eraserhead, su ópera prima, en la que explora lo terriblemente misterioso y aterrador. En esta película, Lynch utiliza técnicas surrealistas y oníricas para recrear una experiencia subjetiva y emocional. Esto puede interpretarse como una representación de un estado mental fracturado o de un sueño lúcido, lleno de símbolos subconscientes.
El uso de sonidos industriales y la música experimental refuerzan la sensación de incomodidad. Sin duda, Eraserhead, es una obra profundamente abstracta y abierta a múltiples interpretaciones.
En el mundo de David Lynch, en los sueños, los eventos no siempre siguen un orden lógico, entonces aprovecha esta característica para construir historias que desafían la causalidad. Ambigüedad y simbolismo.
Mezcla lo ordinario con lo extraordinario para crear una sensación de inquietud. En Blue Velvet, el descubrimiento de una oreja humana en un campo aparentemente tranquilo introduce una sensación de amenaza en un entorno familiar. Este contraste refleja la lógica de los sueños, donde lo cotidiano puede transformarse en algo perturbador en un instante.
En el mundo onírico de Lynch, el tiempo no es lineal y los espacios parecen cambiar o tener vida propia. En Lost Highway, los personajes se transforman en otros, los lugares se reconfiguran y la narrativa desafía cualquier lógica convencional, evocando la fluidez del tiempo en los sueños.
¡Quizás de eso se trate la vida!
Ahora más que nunca, cuando la deshumanización es una guerra de baja intensidad, que va afectando los sentidos y los sentimientos. Va fracturando la sensibilidad por el otro, por la naturaleza, por lo cotidiano. Lynch, ya vislumbraba todo eso, allá en los años ochenta, con El hombre elefante.
“¡No soy un elefante! ¡No soy un animal! ¡Soy un ser humano! ¡Yo soy un hombre!” ¡Qué frase más sublime pero aterradora, al tiempo! No es la apariencia deforme, es lo que está encerrado o liberado en el corazón de un hombre silencioso, dispuesto a ofrecer su corazón o a matar.
Mientras un alma noble, genial y visionaria moría. Belcebú; el brabucón de las tinieblas, el malvado y endiablado personaje de las pesadillas más siniestras, juraba como presidente de los EEUU. Esa también podría ser una de las escenas más aterradoras en el mundo onírico y real de David Lynch.
Lynch veía lo que otros no veían, soñaba lo que otros no soñaban, imaginaba lo que todos no imaginamos aún.
En este mundo mondo, donde todo parece eventual y contraído para ser reciclado, la perpetuidad y la plenitud, cada vez tienen menos espacio. Luis Buñuel también advertía de esto. Un mundo surreal donde lo inimaginable está para plantarle cara a lo real. La decadencia, o desde la decadencia y lo infrahumano, acaso sean son los verdaderos caminos para entender al ser humano en su verdadera dimensión. Sus pesadillas, sus miserias y sus sueños más profundos.
El mundo onírico de Lynch es, en esencia, un espejo del subconsciente humano. Se mueve en la delgada línea entre lo real y lo irreal, empujando a los espectadores a cuestionar sus propias percepciones y a aceptar lo inexplicable. Más que explicar, Lynch busca que "sintamos" el sueño, con todo su misterio y su belleza inquietante.
¡Quizás de eso se trate verdaderamente la vida!
De instantes, de pedazos, de objetos, de frases, de miradas, de sobresaltos, de colores, de abismos y de puentes, de espacios por llenar, de sentimientos, de dibujos, de calles, de pasadizos, de puertas, de amores no correspondidos, de vida y de muerte, de besos traicioneros, de pasión, de sexo, de sueños por realizar, de fracasos y resurrecciones, de pinturas por admirar, de músicas por escuchar, de recuerdos por encontrar.
¡Bienvenidos al mundo onírico de David Lynch!
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.