El papel de la ciudadanía
La crisis finalmente ha llegado a nuestros bolsillos y mesas. Con la inflación y el desabastecimiento de combustibles de por medio. Su sombra se había ido acercando desde 2014, pero sólo la percibían los ojos atentos de la poca gente informada de la verdad. Su presencia oscura es ahora real y golpea sin disimulo posible todas las conciencias. Provoca que muchas despierten.
La estabilidad y el crecimiento que hubo desde 2006, fueron presentados como logros del “proceso de cambio” en la campaña de propaganda populista. El engaño hizo presas fáciles con mayor eficacia porque se creía se trataba del “gobierno de los humildes”, de modo que muchos se tragaron la píldora cuadrada de que un régimen parasitario y corrupto, encabezado por analfabetas incapaces de construir algo pero diestros en el chantaje y la violencia, tenía una varita mágica que podía hacer milagros. La eterna ingenuidad que confunde el plano de los sueños y el real.
En ese tiempo de encantamiento, los fanáticos del “proceso de cambio” aumentaron y no alcanzaron a creer que la causa del “milagro” era la elevación de los precios de las materias primas en el mercado internacional, simple y llanamente y que los llegados al poder no tenían en ello mérito alguno. Tampoco se informaron de que las cifras de crecimiento no significaban mayor producción, sino que eran efecto del buen momento para la venta de gas y minerales en el mundo, cuarto de hora de los países extractivistas, subdesarrollados por tanto.
Peor aún, se festejó el despilfarro, sin percatarse de que los azules estaban liquidando las posibilidades del país para lanzarse a un futuro de prosperidad donde la gente mejorase en verdad su vida. También se ignoró la escalada de corrupción de “los originarios excluidos por 500 años”. Incluso se buscó justificaciones a las vulneraciones a los derechos humanos. “Algo habrá hecho” dijo la defensora del pueblo cuando se atropelló los de Leopoldo Fernández, Prefecto de Pando. La impostura fue instalada y ganó.
Hasta que, felizmente, la angurria de poder desvergonzada del “líder de los humildes” que pisoteó las normas jurídicas sin tapujos, provocó el rechazo ciudadano, haciéndose incontenible el 21f en 2016 de manera qque el grito “¡Bolivia dijo NO! prevaleció, hasta explotar el 2019 en esa “rebelión ciudadana” contra el fraude electoral, gesta victoriosa pero frustrada. Incluso, traicionada se debía decir.
Largo camino el recorrido por la ciudadanía comprometida con la democracia por interés propio y sentido de responsabilidad con los demás que desde 2006 mantuvo aguzados sus sentidos, libre su pensamiento y activa su palabra, pese a la hegemonía de una caterva abusiva y mentirosa. Hoy, esa ciudadanía se ve fortalecida por la conciencia creciente de la gente que comprende la causa de nuestros males: la dictadura masista, cuya derrota en las urnas es el objetivo irrenunciable del momento.
Sí. No habrá solución económica posible si no se recupera el país de las manos de los representantes del proyecto “socialista del siglo XXI”, cuya concepción gira en torno a la relación perversa entre miseria y opresión. Para ellos, como lo demuestran los casos de Cuba y Venezuela, una condición necesaria de su permanencia en el poder por los siglos de los siglos, es el sometimiento de la gente a la más profunda miseria, para que subsista hambrienta, haciendo colas y recibiendo la limosna del régimen. En otras palabras, de rodillas, con los ojos en el suelo y las manos extendidas, sin siquiera ejercer su derecho a pensar y opinar con libertad. Así, cosificada, no representa riesgo alguno para el poder. Así, los dueños de ese poder pueden seguir enriqueciéndose a manos llenas del saqueo y la depredación del país como lo están haciendo según se denuncia, negociando incluso con la escasez de los combustibles.
Y para aquellos rebeldes de espíritu libertario que, pese a todo, se atreven a contrariar los designios de los poderosos, se destina la represión inmisericorde, esa que en tiempos de dictaduras militares estuvo a cargo del DOP y del SES, actualmente encomendada a los comisarios políticos llamados fiscales, jueces y magistrados. Al más puro estilo estalinista.
Ante el escenario electoral actual, cargado de incertidumbre y desaliento por la conducta de la oposición, a veces tienta no ir emitir el voto o, de hacerlo, escribir una palabrota en la papeleta mandando a todos que se vayan a bañar. Sin embargo, más que nunca pesa el deber cívico de cada ciudadano consciente de obrar con el mayor sentido de responsabilidad por la gravedad e importancia del momento: hay que salvar al país para salvarnos, y esto deriva, sin excusa, en el cumplimiento de tres tareas: votar por el candidato de oposición mejor posicionado (se sabrá a tiempo quién será, seguro), actuar como delegado de mesa por el partido correspondiente a él para controlar los votos y prepararse para defenderlos como sabemos hacer, por la herencia de lucha que llevamos plantada en la sangre desde nuestros antepasados.
La autora es abogada
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