Longevidad: vivir más, más y más…
Hace varios miles de años la esperanza de vida de los seres humanos era mucho menor.
Por ejemplo, en el Paleolítico la probabilidad de morir siendo niño era muy alta, y si se lograba rebasar los 15 años se podía llegar hasta los 50 más o menos, edad en que los achaques, resultado del esfuerzo físico y la mala alimentación, comenzaban a minar la salud de la persona hasta matarla en poco tiempo.
Las mujeres tenían una mortalidad más alta por las posibles complicaciones durante el parto.
Durante el Neolítico y hasta el siglo XVIII, curiosamente la esperanza de vida fue menor debido a epidemias, enfermedades, guerras y la división del trabajo, que causaron la miseria de millones.
Pero desde ese siglo, el del Iluminismo, el ser humano fue utilizando la técnica y la ciencia para, entre otras cosas, prolongar su vida; casi todo descubrimiento fue siendo utilizado en su propio beneficio, lo cual contribuyó a que su salud se robusteciera y la esperanza de vida se prolongara.
Hoy la esperanza de vida promedio al nacer en todo el mundo es de unos 73 años. ¿A cuánto llegará dentro de unos 100 o 200 años?
La historia no es determinista; todo puede suceder en ella. Por tanto, podría ser que en el futuro sobrevenga una pandemia letal o una guerra de dimensiones inimaginables, eventos que reducirían drásticamente la esperanza de vida.
Pero si con algo de optimismo suponemos que tales calamidades no sobrevendrán, podríamos asegurar que la esperanza de vida seguirá incrementándose gradualmente y que el ser humano, en su afán de buscar la juventud eterna, irá consiguiendo poco a poco extender su periodo vital.
En este sentido, cabe hacer un análisis demográfico no solo cuantitativo o estadístico, sino también uno filosófico, pues la prolongación de la vida del humano en la Tierra debería suscitarnos numerosas preguntas existenciales.
¿Para qué vivir más, si la felicidad o la plenitud vital parece estar tan lejos, como las estuvieron ayer para nuestros ancestros? ¿Con qué fin se vive más, si millones de ancianos no tienen vidas de calidad o, por enfermedades degenerativas del cerebro, se van desvinculando de la realidad circundante? ¿Vivir más tiempo nos hace más felices o tiene un valor en sí mismo?
Hace unos días, la BBC informó que Japón alcanzó la extraordinaria cifra de 100 mil centenarios: 87.784 mil mujeres y 11.979 varones. A su vez, es una de las sociedades que más rápido están envejeciendo debido a la baja de la natalidad, ya no porque los bebés mueran, por supuesto, sino porque ahora las parejas ya no desean tenerlos. La misma tendencia se muestra en varios países de Europa.
La razón del “milagro” japonés, que nace en una sociedad que hace solo 80 años experimentó una de las más oscuras facetas de la razón instrumental (la bomba atómica), está en que este país promueve hábitos saludables: comida sana y ejercicios físicos en grupo, entre otros.
Varios pensadores, como Horkheimer y Adorno, ya advirtieron hace décadas que el ser humano puede hacer todo con tal de conservarse; sin embargo, es una acción que se da como en piloto automático: lo hace por el hecho de hacerlo, sin mucho cuestionamiento trascendental.
La gente no desea morir, pero no sabe muy bien por qué. ¿La vida es mejor que la muerte? Siempre… Pero ¿realmente por qué? No habría que dejar de lado el dato de que Japón, donde la vida se está prolongando, también presenta una de las tasas más altas de suicidios a nivel mundial… por depresión, presión social o crisis existenciales.
Algunos historiadores y filósofos como José Antonio Marina plantean la idea de que, poco a poco, toda la humanidad va convergiendo hacia una misma civilización, en la cual existen algunas características o tendencias comunes como la reducción de la reproducción humana.
De esta manera podríamos imaginar una futura sociedad eminentemente longeva. Bien: ¿cómo sería en sus características laborales o educativas, además de sociales y políticas? ¿Cómo sería la vida en el hogar, con varias generaciones en los hogares, o en los parques y en el transporte público?
Según proyecciones de la ONU, unas 720 mil personas centenarias habitan el globo, y aunque estos datos han sido objeto de muchas críticas, no cabe duda de que cada vez habrá más gente que esté soplando cien velitas en el pastel de cumpleaños (si es que tienen fuerzas para ello).
Cabe, por tanto, hacernos preguntas profundas que nos aclaren el panorama de hacia dónde vamos como mundo y qué es lo que deseamos con la prolongación de la vida humana en la Tierra.
El autor es politólogo y comunicador social
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA