Ni mito, ni leyenda negra
Un antiguo cuento cubano relata que un día vino la muerte en persona para llevarse a una anciana muy pasada de años y de vida, al no hallarla en su casa la persiguió por todos lados. Cansada la parca de tanto caminar y sin poder alcanzarla, se fue muy decepcionada, anotando en su bitácora: “En este pueblo, la gente es tan pobre y tiene tanto que hacer, que no tiene tiempo ni para morirse”. Al final, la veterana murió cuando quiso, y la muerte sigue siendo eterna.
Quienes no vivieron al menos los resabios de las dictaduras latinoamericanas, difícilmente podrán dimensionar el peso de personajes como Fidel Castro, o el Ché Guevara. A quienes no se despertaron con el sonido de marchas militares y ruido de aviones sobre sus cabezas, es imposible pedirles algún tipo de indulgencia con el fallecido líder la revolución cubana. Leer la historia no es suficiente si no se ha sentido el miedo en carne propia. Cuando alguien vive lo descrito, puede entender que solamente personas valientes y con fuertes convicciones, arriesgan su vida para enfrentarse a una dictadura, en el único lenguaje que estos entienden, una revolución, nutrida de balas y sangre.
Para desgracia de la humanidad, la guerra fría que enfrentó a los Estados Unidos (El Capitalismo) y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (El Comunismo), llevó a muchos países a enfrentarse en cruentas guerras civiles en nombre de la ideología. Paradójicamente los instigadores jamás llegaron a enfrentarse directamente, pero quemaron países enteros en su nombre.
En este contexto, una revolución gano notoriedad, la de aquellos personajes que desde México se embarcaron hacia Cuba, y tiempo después, desde la Sierra Maestra descendieron victoriosos derrotando a su paso al Ejército de Fulgencio Batista. Estos barbiluengos desaliñados, tomaron el poder con el apoyo de un pueblo que veía una esperanza de libertad después de casi ocho años de cruel dictadura.
Entender qué pasó después, con la Revolución cubana y con sus líderes sólo es posible repasando el contexto diseñado por la guerra fría, época en que se produjeron también las otras revoluciones latinoamericanas. En este escenario, es inevitable añadir el implacable bloqueo estadounidense, cuyo principal efecto fue encapsular a un régimen débil y dependiente de la cooperación externa, en este caso de sus aliados ideológicos, quienes le fueron abandonando después de la caída del muro de Berlín.
La guerra fría terminó pero el bloqueo subsistió, el régimen cubano en lugar de adaptarse a los cambios, se endureció aún más, con catastróficas consecuencias para su población. Un país digno viviendo de la limosna y la solidaridad de sus aún eventuales aliados, uno de ellos la Venezuela del también extinto Hugo Chávez Frías. Finalmente, la apertura llegó, pero muy tarde.
A mi entender, no se trata de que la historia absuelva a Fidel por haber sido fiel a sus convicciones, o le condene por haberse convertido en un “dictador cobarde”. En mi opinión, cobardes son aquellos que diseñan guerras y mandan a otros a morir. Dicho esto, creo que se trata más bien de dimensionar al caudillo fallecido en los tiempos históricos que le tocó vivir, entender que al final, terminó siendo prisionero de su propia revolución y de su furia contra el capitalismo, con tantas ocupaciones que no tenía tiempo ni para morirse, como la vieja del cuento de las primeras líneas. Al final se fue sin previo aviso, sorprendiendo a la propia muerte y burlándose de sus matadores.
Para finalizar, tras su muerte, políticos, estudiosos y analistas, se encargaran a su turno, de convertir su imagen en un mito romántico, quienes sufrieron el rigor de su Gobierno, o tienen posturas ideológicas diferentes, se encargarán de alimentar su leyenda negra. Ni lo uno ni lo otro, Fidel simplemente fue un ser humano.
El autor es abogado.
Columnas de WILLY WALDO ALVARADO VÁSQUEZ