La rebelión combativa de Gesta Bárbara
Por invitación de un Comité, a fines de la pasada semana se reunieron en Potosí “los mayores exponentes de las letras bolivianas”, para hablar de Gesta Bárbara. Si fue sólo para hablar, seguramente cumplieron a cabalidad su cometido. Para rendir homenaje no bastan las palabras; es preciso tener sensibilidad para sentir y contagiarse. Gesta Bárbara sigue siendo, como fue en su origen, la trinchera de combate. Con la pluma como arma también se puede ser un luchador. Rebeldes, iconoclastas y subversivos eran los de Gesta Bárbara.
Aquellos mozos “desorbitados y tarambanas” de 1918, no hallaron otra opción mejor que alistarse como caballeros andantes en la Real Villa, y arremeter –lanza en ristre– contra follones y malandrines. “Nuestro fin era noble y heroico: asesinar a los filisteos de la bestia colectiva a base de chistes y calambures. Y, después, reírnos olímpicamente del gaznápiro mundo. Teníamos veinte años… Potosí tuvo la sensación alborozada de que se encontraba en presencia de una generación brillante y promisora”. Hay dos crónicas, la de 1944 donde el autor se refiere a su generación con melancólica ironía y la otra, de tinte académico, es de 1935. El Medinaceli de Gesta está en la primera.
Esas rebeliones, esas flores de milagro en el erial, no son solitarias ni espontáneas. Hay una línea de continuidad histórica. Gesta Bárbara surge con el ejemplo incitativo de la generación de 98 de España y aquella otra de 1900 en Latinoamérica. En las obras, pero sobre todo en la actitud, está presente dicha influencia. Azorín dijo que Larra era maestro de la generación del 98 y Medinaceli enalteció en un artículo ese homenaje. Aquí también a él le dolía Bolivia igual que España a la intelectualidad española. Es decir, Gesta Bárbara no sólo era literaria; abrazaba también, igual que aquella, una causa moral y cívica.
La generación de 1900 agrupó a artistas y escritores como Rubén Darío, José Ingenieros, Amado Nervo, Florencio Sánchez, Alfonsina Storni, Gómez Carrillo, José Santos Chocano y varios otros. Un signo de fatalismo trágico envolvió sus vidas. “Ninguno escapó de la zozobra económica –dice Manuel Ugarte–, vivió una mayoría en el exilio. Los demás se acercaron a la tumba como al madero salvador”. En la patria mutilada, sin salida al Pacífico, dos escritores destacan su pluma: Tamayo y Arguedas. También en ese contexto emerge Gesta Bárbara. El autor de Páginas de vida decía que “Bolivia es el dichoso país donde la ociosidad se paga y la mediocridad se premia”. Diríase que ahora no es diferente la situación.
Gamaliel Churata (Arturo Peralta), uno de los prominentes miembros del grupo, aporta su testimonio: “Nuestra época –dice– era de embriaguez decadentista, de esquizofrenias etílicas, y la bohemia nos hizo muchos impactos. Ese gran muchacho, Carlos Medinaceli, no pudo redimirse de ella…”. Pero el tiempo, ese juez supremo e inapelable, consagró La Chaskañawi, por su valor estético, como la obra más representativa de la novelística nacional.
El autor es presidente del PEN Bolivia, filial Cochabamba.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS