50.000 y quizá más
Los centroamericanos, cabreados de tener que soportar, a los hijos de su santa madre, de las maras, se han decidido marchar. Marchar hacia horizontes medianamente seguros donde, por lo menos la policía no es corrupta o no aparenta ser corrupta.
Muchos hondureños, salvadoreños, nicaragüenses, y más; son los hijos del destino atroz de salir de sus soles para buscar otros.
Los lleva la ilusión, los lleva la visión de seguridad en alguna parte del planeta que, entre paréntesis es nuestro, nadie ha demandado propiedad, el planeta es nuestro.
Esta gente busca seguridad, seguridad fuera del hambre, del futuro incierto, fuera de la amenaza de violación y el oprobio humano.
Gente que busca, como nosotros, los que buscamos refugio en tierras ajenas para salvar el pellejo de dictaduras.
Esa gente está en nuestras puertas, así no sean puertas inmediatas, son puertas que ello golpean para ser atendidos. Nosotros, tierra solidaria, con extensiones de terreno enormes y población mínima, ¿no podemos decir adelante?
¿Qué nos impide decir, bienvenidos? ¿Qué nos acobarda? ¿Será que no son alemanes o japoneses o coreanos? Dimos refugio a todos ellos.
Dimos tierra a todos, y vemos que es bueno, ¿qué pasa con los hondureños? ¿Qué pasa con los centroamericanos? ¿Será que no son carne de nuestra calaña? ¿Será que son muy parecidos a nosotros?
A ver, seamos solidarios, cientos de miles de gentes que buscan asilo y hogar, y nosotros como si fuera un lío del norte.
¿No somos capaces de hacer carne del drama y resolver tierra por gente?
Resolvamos, fácil, Pando Beni, Tarija, son tierras sin demografías asombrosas, ¿qué nos falta? Solidaridad.
Amor a nuestro prójimo, a nuestro hermano. ¿Vamos a dejar en manos de un racista que se apiade de ellos?
Al diablo con EEUU, tenemos tierra, tenemos oferta. A recibir refugiados, a hacerlos parte de un proceso de humanidad.
El autor es filósofo y sociólogo
Columnas de CARLOS F. TORANZOS