Modelos y modelitos de política económica
Cuando una economía es favorecida por el surgimiento de un recurso natural no renovable abundante, con precios internacionales atractivos (es decir, el precio de venta es muy superior al costo de extracción), esa economía experimenta un período de bonanza. Estos periodos de bonanza vienen asociados a los que se llama la “enfermedad holandesa”. Debido a la abundancia de divisas, el tipo de cambio se sobrevalúa, lo cual alienta las importaciones a costa de la producción nacional y reduce la rentabilidad de las exportaciones.
La experiencia histórica demuestra que esas bonanzas se extinguen eventualmente, ya sea porque el recurso se agota, o porque su precio decae. En el caso de Bolivia, recordemos la plata, el estaño, la goma y más recientemente el gas.
Si las autoridades tienen la capacidad de capturar los ingresos generados por la súbita bonanza, pueden ocurrir dos casos extremos en el manejo de dichos recursos. Llamémoslos modelo A y modelo B.
En el modelo A, las autoridades, conscientes de que la bonanza será finita, invierten los nuevos ingresos en adecuar la economía para que mantenga un crecimiento sostenible después que desaparezca la bonanza.
Para ello, sus prioridades son: (i) elevar la calidad y la cobertura de sus sistemas educativos, primarios, secundarios y universitarios, hasta llevarlos a niveles de excelencia. Esa educación debería promover el pleno desarrollo humano y cultivar la capacidad productiva e innovadora de la población; (ii) mejorar la salud en todos sus aspectos; (iii) fortalecer las instituciones públicas (gobierno, justicia, orden, tributación y servicios públicos) para que desempeñen sus funciones con independencia y ausencia de corrupción; y (iv) montar un entorno legal, institucional y financiero que aliente el uso eficiente de los recursos en la inversión y producción, tanto en el sector público como en el privado.
En el modelo B, las autoridades proceden como si la bonanza fuera a ser eterna. Dedican los nuevos recursos prioritariamente al consumo; (i) se aumentan los niveles salariales públicos y privados; (ii) se expande el empleo público; (iii) se otorga beneficios extraordinarios a grupos de poder afines al equipo gobernante, con el propósito de asegurar su apoyo político; (iv) se asigna importantes sumas a gastos vistosos de dudosa productividad, y (v) se opta por costosas inversiones, las cuales resultan ser más bien gastos de consumo, porque no rinden los resultados prometidos (elefantes blancos).
Nótese que con ambos modelos el PIB crece de acuerdo al grado de la bonanza. Mientras dura la bonanza todo parece perfecto. La diferencia entre estos modelos A y B se hace patente cuando desaparece la bonanza.
Con el modelo A, la economía aprovechó la bonanza para crear capacidades que le permitan sostener el desarrollo humano y productivo de sus habitantes. Al terminar la bonanza, la economía continuará su ritmo de crecimiento con base en la capacidad productiva adquirida.
Con el modelo B se establecieron patrones de consumo insostenibles, totalmente incompatibles con la evolución de la capacidad productiva. Al menguar la bonanza, se hará necesario expandir la deuda pública externa e interna para prolongar la agonía del modelo. Se buscará desesperadamente el surgimiento de nuevos recursos no renovables de exportación. Se intentará incrementar la recaudación tributaria, para aliviar el creciente déficit fiscal. Tarde o temprano, la economía experimentará una severa crisis. El PIB se estancará. El déficit público y el desequilibrio externo se tornarán insostenibles
En resumen, cuando una economía experimenta una bonanza en su sector exportador:
1) El PIB crecerá acorde con la bonanza, cualquiera sea la política económica o el modelo aplicado por las autoridades. Es decir, un elevado crecimiento económico no es evidencia de que se esté aplicando el modelo A de priorizar el desarrollo de la economía en el largo plazo.
2) La calidad del modelo económico aplicado por las autoridades se hará patente por la crisis que surgirá cuando la bonanza se debilite y eventualmente desaparezca.
Las preguntas obligadas son:
– Qué deseamos para Bolivia, ¿un modelo A o un modelo B?
– ¿Lo que estamos haciendo los bolivianos se asemeja más al modelo A o al modelo B?
El autor es doctor en economía y matemáticas
Columnas de WALTER GÓMEZ D’ANGELO