Aristas en el proyecto Puerto Busch
Amainó el aguacero pasajero –levanta-flojos le decimos en mi tierra– de la trascendencia de Proyecto Puerto Busch en las noticias. Confirma que somos un país de chaparrones, quizá porque la mayoría de las “pepas” de la propaganda gubernamental que alimenta al periodismo, tratan de distraer. Hay un listado de temas con los cuales marean la perdiz en este pueblo inocente y hermoso (e ignorante, diría yo). Los “comodines” del juego de cartas son feminicidios, golpizas y violaciones, cuando no de alguno, sea padrastro, milico, paco o cura, que abusa de hijas, subordinados o púberes.
Mi nieto de colegio “haylón” ensayaba ante condescendientes abuelitos el Himno Nacional en “runa simi” (lengua del pueblo) que por si no lo saben, es el quechua. Su dominio parecía impecable; aunque quien soy yo para juzgarlo siendo adepto del “quechuañol”. Empezaba con “Kollasuyo” en vez del “Bolivianos, el hado propicio”, que en soleados plantones cantábamos como “Bolivianos, helado chupete”. No, niño querido, le dije. Bolivia es camba, yungueña, amazónica, chapaca, chaqueña, etc., además de “kolla”. Mi otro yo añadía matutera, pichicatera, acosada por vecinos y mal gobernada, pero sería mucha dosis para un gurí de 8 añitos.
Vaticino si las proyecciones de Puerto Busch se cumplieran, las provincias cruceñas Germán Busch y partes de Ángel Sandoval y Cordillera serían un nuevo departamento. Imaginen solo el peso de un millón de habitantes repartidos entre Puerto Suárez, la tríada de puertos privados –Jennefer, Aguirre y Gravetal—un Mutún industrial y un Rotterdam boliviano: Puerto Busch. No hacerlo haría de Santa Cruz de la Sierra una nueva La Paz, advenediza capital de un país hoy conocido por altiplánico.
Porque la primera arista del Proyecto Puerto Busch es geopolítica interna. Desde antes de la llamada Guerra Civil de fines del siglo 19, La Paz ha ejercido una primacía con un dejo de colonialismo interno sobre el resto de Bolivia. Ahora el centro de gravedad boliviano se está desplazando a Santa Cruz de la Sierra. Concretar las inversiones en Puerto Busch y en un Mutún industrial sería para atizar separatismos que quieran o nieguen, existen en la burguesía cruceña. Puerto Busch sería para la ciudad de los anillos lo que Arica es para la urbe de los teleféricos.
La segunda arista es geopolítica externa. De refilón mencionan que Bolivia es el jamón entre dos panes, Chile y Brasil, cuya consigna es quizá ejercer una suerte de protectorado sobre tanto bien natural con que Dios, la Pachamama, o el Tata Inti han bendecido a esta patria digna de mejor suerte, al menos en lo demográfico.
Perú guarda la llave del encierro marítimo del que Chile tiene el candado, aparte de que los peruanos todavía resienten Ingavi y la muerte de Gamarra; ¿acaso no desviaron el río Maule, como Chile hizo con el río Lauca? Ambos inundan mercados bolivianos de productos suyos. Brasil ya no necesita expandirse por tierras chiquitanas, al cabo ya La Paz les vendió el Acre, como antes el Litoral a Chile. Argentina no solo llora con partidos de fútbol perdidos; también se le hace agua la boca con el gas chaqueño y una Tarija respondona. Paraguay se sacó la espina de la Guerra de la Triple Alianza a costa del Chaco boliviano, como Perú se sacó de la memoria la ocupación chilena de Lima, mediante la amazonia ecuatoriana.
Me acusarán de geopolítico decimonónico, pero seguimos con los líos nimios que permiten las potencias hegemónicas. Antes era Albión, reina de los mares; hoy es el poderoso EE.UU; ¿mañana será China? Si más conviene ser cabeza de ratón que cola de león, ¿por qué no asegurar soberanía sobre el triángulo Dionisio Foianini (que conocía como Man Césped) y Puerto Busch, que en la Guerra del Chaco costó 60.000 muertos bolivianos? El Rotterdam boliviano sería soberano con una estrecha alianza entre Bolivia, Paraguay y Uruguay. Inclusive los rivales Argentina y Brasil son signatarios de convenios que hacen del río Paraguay una vía internacional de la Hidrovía Paraguay-Paraná.
No se olvide que aparte de la desidia sobre el Litoral, fue un encontrón entre Estado soberano y empresa apátrida el que dio motivo para que Chile invada. Puede que ya no sean blindados ingleses los que ganen la Batalla de Angamos, pero está el peso diplomático de las naciones. Los atracaderos Aguirre, Gravetal y Jennefer, aparte de ser privados que pasan por tramos brasileños del río Paraguay, pertenecen a capitalistas extranjeros aliados con empresarios cruceños. ¿Queríamos salida soberana al mar? Pues Puerto Busch es la única opción nacional.
No será fácil. Aparte de requerimientos financieros, está la renuencia geopolítica de países vecinos, particularmente Chile, Perú y Brasil. Pero hay que hacerlo aunque ofrezcan el oro y el moro.
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO