Me too recoge justicia
El movimiento Me Too (en español, Yo también) para la protección universal de la mujer, tuvo como detonante –en sus inicios y para consolidarse– una escalada de denuncias por acoso y agresiones sexuales contra un productor estadounidense de filmes.
Comenzó casi tímidamente a través de la valentía de una mujer que lo denunció públicamente, luego vino el aluvión de denuncias de artistas principiantes y consolidadas que se asieron a la denuncia primigenia.
Esto último infiere que, muchas veces se oculta la ofensa y la verdad y sobre todo ésta, pues se teme a las impresiones que eventualmente podría generar una denuncia ante un público que vive del sensacionalismo en el mundo de los artistas. Esto confunde a la persona acosada o agredida, pues más fija su atención en el poder del acosador de disponer de las fuentes de trabajo y de realización de la postulante, que en la reacción de la realidad misma y en la consideración que todas las adquisiciones mentales se realizan según un mecanismo especial que es la comparación.
Cuando la mujer artista, acosada o agredida sexualmente, realiza una comparación y comprueba que la colega del rubro o trabajo denunció, entonces gana en fortaleza y decisión y ya no quedan dilaciones o reparos para denunciar. Esta comparación implica dos elementos: uno es que toda vivencia positiva o negativa se presenta forzosamente bajo la forma de relaciones, y el otro es que la actitud de denuncia se reduce a la propiedad de producir un efecto y, éste en cascada, genera una multiplicidad de denuncias.
Ahora, hace unos días, vimos al impenitente productor rumbo a su condena que oscilará entre 15 a 25 años de reclusión. Independiente de la condena, es vital la reflexión en todos los hombres para sopesar el efecto que irradia este caso que asumió relevancia mundial, pues todos estamos, queramos o no, expectantes acerca de la actividad del cine.
Esta condena causará un remezón a los ordenamientos jurídicos arcaicos, con esencia de patriarcado, para la protección del hombre abusador. Empero, este extraordinario precedente moverá a las sociedades a presionar con insistencia inclaudicable para la modificación de los ordenamientos jurídicos que deberán incluir como acto punible hasta la mínima intención de acoso.
Esto debe hacer reflexionar a todos quienes no han podido superar, en sus espíritus, las indomables tendencias, casi invencibles, de mantener la presunta superioridad masculina y la falacia de sentirse superiores a las mujeres.
Un paso positivo es comprender que el sentimiento del honor de la mujer se traduce en una necesidad de respeto a su dignidad personal que debería transfundir a los hombres renuentes la energía a la igualdad plena, a omitir actos como el acoso, las agresiones sexuales y el feminicidio, y cumplir otros que son más elevados en valores que sus intereses subalternos y ajenos a la honorabilidad.
La finalidad única de ello es conservar la propia estima y la de los semejantes, específicamente la de la mujer que es la víctima por excelencia.
Otro caso llamativo, también originado por el movimiento Me Too es el del tenor español, que reconoció sus indomables pasiones y pidió perdón ¿Es suficiente pedir perdón?, este personaje estaba enraizado en sus costumbres y habituado a este tipo de escarceos amorosos prohibidos, porque nunca se preocupó de reciclarse y siguió actuando desde la fama y el poder como hace 30 años. Estadio muy penoso para las mujeres, donde debían permanecer calladas ante estas no provocadas aproximaciones, por temor, por vergüenza y, sobre todo, por falta de apoyo legal.
Esta presunción de un artista famoso de no fijar límites a sus acciones frente a mujeres, pues aquéllas estaban institucionalizadas en la sociedad, hoy toca fondo en forma abrupta debido a que deberá afrontar una condena en ciernes y a una inevitable pérdida, sin recuperación, de la admiración mundial por su talento.
El autor es abogado, con varios diplomas de posgrado
Columnas de RAÚL PINO-ICHAZO TERRAZAS