No basta con decir: no al transgénico
El debate en torno a la posible autorización de más cultivos transgénicos en el país ha irrumpido con fuerza en el transcurso de la cuarentena. Justo en un momento en el que la reactivación económica posterior a las restricciones sanitarias rígidas totales va a demandar la adopción de políticas de desarrollo respetuosas con la madre tierra.
Sin embargo, y ya que no solo basta decir: no al transgénico, desmenuzaremos este tema controversial con el fin, sobre todo, de entender lo que hace que este sea un tema fuertemente sonado.
Iniciemos recordando que vivimos en un sistema capitalista y, además, dominado por la economía de libre mercado. En este escenario, el intercambio de productos en el mercado mundial sigue la regla simple de comprar barato y vender caro. Esto hace que los sectores productivos mundiales, busquen abaratar sus costos de producción para poder así vender más barato y hundir a su rival.
En el campo agroindustrial, los transgénicos han permitido abaratar los costos de producción agrícola, a partir del incremento en los rendimientos. Así, Brasil, Argentina y Paraguay, al utilizar cultivos transgénicos, han incrementado sus volúmenes de producción, lo que ha golpeado directamente a los agroindustriales bolivianos que, además, tienen que sumar al precio final de sus productos los costos de transporte hasta un puerto, lo que determina que la producción agrícola boliviana sea poco competitiva.
Una de las propuestas que maneja el sector agroindustrial para poder remediar esta situación es la de depreciar el boliviano frente al dólar, con la finalidad de que los sueldos de los trabajadores sean tan bajos que permitan abaratar costos. Eso además de la introducción de más cultivos transgénicos y todo el kit químico que los acompaña, para incrementar los rendimientos. Lo malo en todo caso, es que, si bien esas propuestas podrían configurar una buena estrategia para fortalecer el sector agroindustrial boliviano, el aplicarlas tendría un impacto directamente en los indicadores de pobreza, en cuanto nuestra moneda pierda su valor adquisitivo. Y, lo más importante, la introducción de más cultivos transgénicos tendría efectos en el respeto a la madre tierra y la salud, ya que se irían al tacho los suelos, la biodiversidad y nuestros bosques.
Hasta aquí creo que todos y todas estamos de acuerdo, sin embargo, hay un problema más grave aún. Primero, según datos de la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), el valor bruto de la producción del sector en 2019 alcanzó a 2.895 millones de dólares, lo que representa un verdadero impacto en nuestro PIB, y para la obtención de divisas, es decir, poco a poco el sector se ha convertido en uno fundamental para financiar al Estado, más allá de la exportación del gas. Segundo, en verdad necesitamos estos recursos, y más aún después de que pase la crisis de la pandemia de Covid-19.
Sin ánimo a defender a los agroindustriales, en esta economía de libre mercado, ellos la tienen bastante complicada para poder sobrevivir a la competencia internacional, lo que afectaría en nuestra fuente nueva de obtención de dólares.
Para terminar, si bien ahora se repite: no a los transgénicos, es necesario ser conscientes de que en las últimas décadas se ha hecho poco para mejorar los sistemas productivos indígenas-originarios-campesinos familiares que, en los hechos son la única apuesta para evitar el uso de transgénicos.
Esos sistemas productivos experimentan un proceso de pérdida de variedades genéticas, por la adopción de especies rentables, como también están soportando la degradación de suelos por el uso de agroquímicos, algo de lo que nadie dice nada.
Así que no solo se trata de manifestar rechazos, necesitamos políticas integrales que puedan leer todos estos elementos y plantear propuestas alternativas.
El autor es sociólogo y analista de políticas públicas
Columnas de CÉSAR AUGUSTO CAMACHO SOLIZ