Ucrania no puede ni debe ganar la guerra
Hace varios días que las capitales del mundo engrosan cada vez más las protestas en favor de Ucrania y en contra de lo que se ha venido a llamar “la guerra de Putin”; inclusive se conjetura sobre la salud mental del cara de pétreo Moai pascuense, que hace días ha ligado su atropello a su dedito alocado en el botón nuclear.
Un poco de historia aclararía algunas aristas confusas. Algunas acepciones asocian su nombre con su origen eslavo. Me gusta más que la palabra “ucrania” quiere decir “nuestro país” o algo así, lo que explicaría el denuedo con que se defienden de la invasión. Sea lo que fuere, han estado ligados a su tierra desde antes de cumplir el primer milenio (año 822), quizá previo a que Moscú prevaleciera como capital de su país. Más que con Europa, mucho de su origen se debió a forcejeos con el imperio otomano, aunque quizá algo tuvo que ver el acceso al Mar Negro en el siglo XVII, donde varias batallas, no solo con los turcos, se libraron en la península de Crimea.
Pero tejidos en sangre están sucesos relativamente contemporáneos como el designio nazi de exterminar a los ucranianos para dar espacio al “espacio vital” de chistosos arios nazis. Luego, cuando los ucranianos creían que les iría mejor, sufrieron la “gran hambruna” rusa, imprimiendo en su consciencia colectiva una determinación que les enemistó de unos y otros. Ahí está la clave para entender por qué el “blitz” ruso dura más de la semana calculada de inicio y sin espacio aéreo cerrado por los europeos para inhibir bombardeos de aviones moscovitas.
Insisto que la actual campaña rusa de concentrarse en localidades y ciudades ucranianas responde más a una estrategia para aniquilar Ucrania y poblar sus llanuras con apóstoles de Marx y Lenin. Las medidas económicas en contra de la invasión rusa recién surtirán efecto en meses venideros. Aparte de remesas de medicinas, ropa y otros avíos, cobra brío la solidaridad mundial que se pliega a las valientes tropas ucranianas. En el lado del orate ruso, toda vez que la invasión no fue acogida con hurras y laureles por los ucranianos, ahora prima una de asolamiento y destrucción en las ciudades de Ucrania. Siempre fueron una estrategia rusa de “quemar y destruir”, pero en el contexto de retiradas convenientes en su inmenso territorio.
Hoy se acopla al designio de neutralizar y desarmar Ucrania para que no amenace a Rusia, algo como sacar los dientes al ratón para que no muerda al oso. Como el pueblo ucraniano le significa un inesperado hueso duro de roer, aparte de las medidas que tarde o temprano surtirán efecto, el oso ruso arguye que se conformaría con Crimea y los territorios ucranianos prorrusos en el Donbás. A su vez, respondones, Ucrania, Georgia y Moldavia, antiguos vasallos de la Unión Soviética, oficializan sus candidaturas a la Unión Europea, aunque arriesgando no enojar aun más a la fiera con membresía en la OTAN.
El caso de Moldavia merece párrafo aparte. Aparte de ser el país más pobre de Europa, es mediterránea, apartada del acceso al Mar Negro por un trozo de territorio ucraniano. Al norte, como una pitón abrazada a Moldavia está el enclave cautivo de Transnitria que inclusive tiene una división del ejército ruso asentado allí. ¿Qué pasará con ella? Depende de lo que pase en Ucrania. Si estos triunfasen, algo improbable, los moldavos podrían acometer su recuperación con ayuda europea y estadounidense. De lo contrario, será otro satélite rusófilo como Donetsk y Lugansk, y el enclave ruso en Kaliningrado mutilado de Alemania en la II Guerra Mundial.
“Píntame angelitos negros”, dice la canción, y a veces me pregunto si los millones de migrantes ucranianos serían tantos si fueran africanos. Imaginen a la OTAN con generales de altaneros alemanes, palabreros franceses, gustosos italianos y fríos escandinavos. Los estadounidenses, con su imagen guerrera empañada por Vietnam, Irak, Siria y Afganistán, bajaron en tal siniestro ranking y tienen su propio rollo racista. El as bajo la manga de Vladimir Putin es la amenaza de una guerra nuclear.
Mientras tanto, aumentan las montoneras mundiales de opositores a la vacunas anticovid, siendo curioso que sean argumentos sobre la libertad los que priman y el resto del planeta, ¡que se joda!
A este paso, la pobre Greta será casada y “gretona”, los puertos de Nueva York, Rotterdam y la “Riviera Maya” serán arrecifes y yo ojalá estaré envuelto en mi hamaca chiquitana, meciéndome.
Ya no frecuento la compañía de amigos y condiscípulos, porque me angustia verlos languidecer. ¿Cómo me verán ellos a mí? ¡Já!, pero tengo nuevos amores: mis nietecitos.
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO