La verdad no cambiará por una sentencia
¿Hay algo que se parezca al vergonzoso juicio y condena de la ex presidenta constitucional Jeanine Áñez? Si, lamentablemente sí.
En 1895, el capitán francés Alfred Dreyfus fue acusado falsamente de espiar para Alemania y después condenado con pruebas falsificadas. En 1941, seis franceses que formaban parte de la Resistencia a los nazis fueron condenados a muerte por órdenes del gobierno títere y pro nazi de Vichy, con una ley aplicada retroactivamente a personas que ya habían sido previamente condenadas en otros procesos; todo para vengar la muerte de un soldado alemán, tal cual lo retrata la película Sección Especial del desaparecido Costa Gavras. En 1921, Sacco y Vanzetti, dos inmigrantes italianos en EEUU, fueron condenados por un crimen que no cometieron, denegándoseles varias apelaciones. Sin embargo, pese al triunfo inicial de la mentira, la verdad terminó imponiéndose.
No son los únicos casos, porque regímenes diversos, caracterizados por su afán totalitario y por una práctica fuertemente autoritaria, utilizan a los órganos cooptados y en particular a sujetos inescrupulosos encaramados en la administración de justicia, para intentar escarmentar a toda persona que ose oponerse a los designios del iluminado de turno, sea quien sea éste.
La ex presidenta Áñez fue juzgada y condenada por un tribunal incompetente en el más amplio sentido de la palabra, como consecuencia de una arbitraria decisión asumida en una reunión política (fugado dixit), que decidió desdoblar su procesamiento, porque el MAS no tenía dos tercios en la Asamblea Legislativa.
Es lamentable que un Gobierno que se dice que encabezó un proceso de cambio, que ofreció a Bolivia una revolución democrática y cultural, que supuestamente representaba a la reserva moral de la humanidad, que prometió acabar con la corrupción, termine siendo el que no cambia nada más allá de las denominaciones, el régimen que no haya traído ninguna revolución, el que demostró que la tal reserva no tiene ni idea de la moral y que galope montado en el lomo de la corrupción como ningún otro gobierno en la historia de Bolivia.
¿Qué movió al expresidente fugado, al títere que lo reemplaza ahora en la Casa Grande del Pueblo y a los demás masistas a hacer esto? Por una parte, el afán de venganza y el deseo irrefrenable de sentar un precedente para que nunca más nadie se atreva a hacer lo que la señora Áñez hizo: ser valiente y ponerse a la cabeza de un país a punto de arder, para mantener la democracia conquistada hacía ya tantos años.
Pero, por otra parte, a los masistas y a su líder en decadencia les duele reconocer que el plan que urdieron para incendiar Bolivia fracasó estrepitosamente y que terminaron fugando vergonzosamente unos o asilándose también vergonzosamente otros. No pueden admitir que un pueblo movilizado pacíficamente haya puesto punto final a tanto atropello que tuvo su máxima expresión en el desconocimiento del referéndum del 21 de febrero de 2016 y en el celestinaje del Tribunal Constitucional Plurinacional y el Tribunal Supremo Electoral que, reverentes y obedientes y sin ningún ápice de dignidad, consumaron juntos el verdadero golpe de Estado contra la democracia.
Quieren ir por más, según se reveló hace pocas horas. No saben, sin embargo, que la mentira tiene patas cortas y que, aunque lo repitan hasta el cansancio, millones sabemos que en 2019 no hubo ningún golpe. Una “sentencia” dictada por alcauciles no podrá borrar la verdad de los hechos.
Columnas de CARLOS DERPIC SALAZAR