La estupidez y demás diversidades en política
Cuando se debatía sobre el tema de la aprobación del reglamento de preselección de candidatos a magistrados, un conocido experiodista, bajo el título de “La oposición estúpida” señaló en un medio de comunicación que la oposición es estúpida, aclarando que no lanzaba un insulto sino la significación del término “estúpido”.
De nuestra parte recordamos algunos términos afines al vocablo aludido ahora que se ha bajado la banderola eleccionaria.
En la antigua Grecia el idiota (ídios que significa “lo propio”, “lo personal”) era el interesado sólo en lo suyo, no le importaba lo colectivo, aunque muchas veces actuaba taimadamente en lo social sólo para obtener provecho personal, diríamos que operaba con “viveza criolla”.
Imbecilidad significa deficiencia mental, poca inteligencia. La palabra “imbécil” viene del latín “imbecillis”. Imbécil en Roma significaba “no tener bastón” (intelectual), no tener en qué apoyarse y se refería específicamente a la persona carente de sabiduría (de bastón).
Tarado, la tara es un peso extra que se carga, por ejemplo, un camión que lleva carga más allá de su capacidad. El tarado tiene una sobrecarga de ideas basura y de prejuicios que le hace decir y hacer disparates.
La estupidez, es la ceguera mental autoproducida, es el “estupor” en el que la persona está aturdida por diferentes causas, por ejemplo por la propaganda, por cualquier pasión, el consumo de alcohol, de drogas, efectos del uso desmesurado del celular, etc.
Ingenuo es el que tiene demasiada confianza en la bondad de las personas creyendo la inexistencia de malas intenciones en los demás. Fácilmente es engañado.
De acuerdo con los conceptos anteriores es fácil concluir que dichas anomalías no son patrimonio exclusivo de la oposición, si nos referiríamos a las aberraciones del oficialismo nunca terminaríamos de enumerarlas.
Analicemos cada concepto de acuerdo con sus significaciones.
Si alguien fuera idiota significaría que actúa solo en función de intereses personales o de grupo. Por eso en política es necesario analizar cuidadosamente a los jefes partidarios y a sus activistas. Los vivillos (los idiotas) se aprovechan de los estúpidos y de los ingenuos que les siguen.
Si fuera imbécil querría decir que es débil mental y que no posee el “bastón” de sabiduría para resolver los problemas públicos.
Si fuera tarado hiciera y diría disparates al por mayor.
Si fuera ingenuo creería que sin pactos de unidad se puede derrotar al MAS, salvo que más bien, con propiedad, sea un idiota encubierto (vivillo) en el sentido ya señalado.
Si fuera estúpido, significaría que está aturdido, con carencia de objetividad y sumido en una de las peores pasiones: la ambición de poder.
Un agregado, una enorme cantidad de ciudadanos, con sano criterio y buena fe, cree en la palabra y acciones de diferentes políticos vivillos —y de las encuestas que se publican—: son los ingenuos que están engañados por los idiotas, porque según la siquiatría estos políticos “son los vivos carentes del ‘bastón’ romano, que actúan solo en función de sus intereses personales”, porque, por ejemplo, pedir al MAS que “con voluntad política” deje su apropiación de la Justicia, sería como pedirle a un individuo que se arranque sus ojos, luego cercene su lengua, se ampute sus brazos y piernas y finalmente se degolle, desde luego que inmediatamente se caería. Esta creencia configura la ingenuidad o el engaño velado.
No hablamos de los oligofrénicos, porque la psiquiatría moderna ha anulado esta palabra sustituyéndola por un concepto —dicen— menos estigmatizante, denominado discapacidad intelectual. Este término, viene del griego oligos, que significa pequeño, y phren, mente, (mente pequeña).
Como cuando algunos sujetos dicen que todo está bien, que la economía es sólida, la productividad es de primera, que si algunos productos tienen precios altos se debe a la especulación, que la provisión de combustibles es normal, etc., no lo dicen sólo porque quieren mentir, sino porque su mente es pequeña.
No sabemos con exactitud cuántos oligofrénicos habrá en política, lo único que conocemos es que existen algunos que hablan disparates todos los días en la televisión, ambicionando volver a ser senadores, diputados o que les caiga una gota de la cuota del poder.
“Nunca subestimes a un idiota, un día puede ser tu presidente”.
El autor es jurista
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA