Chapare insurgente: poder local, lealtad ciega y retóricas guerrilleras
Bolivia ha sido históricamente un país de alta conflictividad social y política, donde los movimientos populares han desempeñado un papel determinante en la construcción —y también en la destrucción y desestabilización— del poder y de los gobiernos.
Entre ellos, el movimiento cocalero del Chapare, liderado por el “comandante” Juan Evo Morales Ayma, ha sido y es uno de los más letales, pasando de la protesta sindical a la toma del poder con la creación del Movimiento Al Socialismo (MAS).
Sin embargo, el deterioro institucional, la polarización política, el enfrentamiento con las fuerzas del orden y las denuncias de vínculos con el narcotráfico han levantado alertas sobre una posible deriva subversiva del movimiento.
En este orden de cosas, es fundamental y necesario, explorar los factores que podrían conducir a una eventual transformación del Chapare en un foco de insurgencia armada, similar a experiencias como la de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Sendero Luminoso, en Perú, o el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México.
En el caso colombiano, la guerrilla de las FARC nació en el contexto de un conflicto social, económico y político que se venía gestando en Colombia desde mediados del siglo XX. En zonas como Marquetalia, en el sur del Tolima, surgieron “repúblicas independientes”, donde los campesinos ejercían cierto grado de autogobierno.
El 27 de mayo de 1964, un pequeño grupo de guerrilleros liderado por Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez ("Tirofijo"), y Jacobo Arenas, fundó oficialmente las FARC, como el brazo armado del Partido Comunista Colombiano.
Desde que el “comandante” en jefe de las FARC, Manuel Marulanda a través de su portavoz, Joaquín Gómez, comandante del Bloque Sur, leyera su discurso en el inicio de las negociaciones, entre el entonces presidente colombiano Andrés Pastrana, el 7 de enero de 1999, en San Vicente del Caguán, centro de la zona de distensión, la delgada línea roja, entre la vida y la muerte, fue extendiéndose hasta convertirse en una muralla infranqueable.
Por entonces, San Vicente del Caguán era tierra de nadie, una suerte de republiqueta de las FARC, donde la ley era de los que llevan el fusil, y la razón de los que callaban para no ser ultimados por una bala asesina.
En el caso de Sendero Luminoso, en Perú, fue fundado por Abimael Guzmán, un profesor de filosofía de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (Ayacucho), también conocido como "presidente Gonzalo".
Guzmán pertenecía al Partido Comunista del Perú, pero rompió con otras facciones por considerarlas reformistas y fundó su propio grupo: el PCP-Sendero Luminoso. En 1979, el grupo ya estaba estructurado militarmente y planeando una insurrección.
Sendero Luminoso inició oficialmente su lucha armada el 17 de mayo de 1980, el mismo día en que Perú celebraba elecciones democráticas tras 12 años de dictadura militar. Quemaron las ánforas electorales en el pueblo de Chuschi, Ayacucho, como rechazo al sistema democrático, que consideraban burgués e ilegítimo.
Aunque con una visión mucho más social y equilibrada, el EZLN, en México, surgió como una combinación de guerrilla marxista-leninista, inspirada en las luchas revolucionarias de los años 70 y 80, y de movimientos indígenas autónomos. Muchos de sus fundadores eran miembros de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), una organización clandestina armada nacida en los años 70.
El líder más visible del EZLN, el Subcomandante Marcos, era un intelectual mestizo que asumió el discurso indígena y lo fusionó con ideas de autonomía, democracia directa y justicia social.
En el caso de Bolivia, el movimiento cocalero nació como respuesta campesina a las políticas de erradicación forzosa de la coca impulsadas por EE UU en los años 90. Enfrentamientos violentos con la policía antidrogas y la DEA alimentaron un discurso de “resistencia popular”, “soberanía nacional y lucha anticolonial”, que luego se convirtió en la narrativa política del MAS.
Este origen combativo, con una estructura sindical beligerante, ha dotado al movimiento de capacidad de movilización y de un orden vertical orgánico similares a las de un grupo insurgente.
Al margen de esto, el liderazgo autoritario, centralizado y sedicioso de Evo Morales. Su reiterada denuncia del Estado boliviano como “colonial” o “vendido al imperialismo”, y su defensa del “poder popular”, lo acercan ideológicamente a lógicas insurreccionales y subversivas.
El Chapare es una región de difícil acceso, con selva tropical, poca presencia estatal, casi nada de ley y una economía informal centrada en el cultivo de coca, parte del cual se desvía hacia el narcotráfico.
Esta situación reproduce condiciones similares a las que dieron origen a grupos armados en Latinoamérica.
Además, la expulsión de la DEA en 2008 y el debilitamiento del control estatal sobre la región han generado zonas de poder autónomo, donde sindicatos cocaleros imponen normas propias, aplican la justicia por mano propia, restringen el acceso a autoridades y, en varios casos, hostigan o retienen a efectivos policiales.
Estos actos son señales inequívocas y preocupantes de una erosión del monopolio estatal de la fuerza. Desde la huida de Morales en 2019, el “evismo” y sectores del Chapare endurecieron su discurso, calificando al actual gobierno de traidor y usurpador, y promoviendo bloqueos, sabotajes, amenazas, sedición, agresiones, acciones terroristas, y organización territorial alternativa.
Entre 2023 y 2025, se ha observado un intento de militarización simbólica del movimiento, con uniformes, escudos, palos, armas y entrenamientos físicos en algunas movilizaciones.
El movimiento cocalero del Chapare, posee varios elementos estructurales, ideológicos y organizativos que podrían facilitar una evolución a mediano plazo hacia una forma de insurgencia armada, especialmente si se agudiza la polarización, la falta de autoridad gubernamental y el cumplimiento de las leyes. Los leales a Morales, jamás se refieren a él como el expresidente.
Desde hace mucho es el “comandante” Evo. A la par, ya existe un “estado mayor del pueblo”, una ya, aunque no oficial, agrupación subversiva que llama con frecuencia a la violencia, a la amenaza y al levantamiento.
El mismo “comandante” Evo lo dijo: “El pueblo se rebela con tanta represión injusta (…) Lucha armada, a eso nos están llevando. Si hay represión, se van a preparar para enfrentar”.
Hace días, las huestes “evistas”, en clara apología del terrorismo y el chantaje, amenazaron a los vocales del Tribunal Supremo Electoral (TSE): “Tenemos identificadas sus casas”, dijeron.
No se trata de una predicción inevitable, sino de un escenario de riesgo que debe ser tomado con seriedad por este Gobierno, el próximo que surja de las elecciones generales de agosto, los actores políticos bolivianos y la población en general.
Bolivia, que históricamente acunó la bipolaridad partidista y el caudillismo en su cúspide, con Evo Morales, se enfrentó a componentes mucho más nefastos y letales que deterioraron, paulatinamente, el sistema democrático y el orden social como herramientas para conducir al país hacia un propósito.
Evo y su movimiento social insurgente, no sólo reivindicaron e instituyeron el partido único, el caudillismo como forma de imponer el orden y el control absolutos a sus devotos, sino también, transformó todo ese esquema subversivo en un “modelo” político que hasta ahora continúa vigente.
Subvirtió el orden y los conceptos clásicos de sociedad, ética, política, revolución, desarrollo, verdad, libertad, cultura, Gobierno y Estado y, desde esa posición, vendió la idea de ser un personaje insustituible y casi una vaca sagrada.
Mientras sus seguidores bloquean, agreden, amenazan y nuevamente siembran el terror y el caos social en el país. Las declaraciones subversivas del “comandante” Evo desde su oscura madriguera, en Lauca Ñ, Chapare, dan cuenta de instrucciones abiertas dirigidas a sus sectores sociales.
El llamado al desorden, a la violencia y al cerco de ciudades, como Cochabamba, en su momento, y ahora La Paz, son absolutamente vinculantes al próximo Gobierno
Es decir, esta coyuntura de constante red de conspiración debe ser el espejo en el que se mire el próximo presidente del país. Todo lo que Evo y sus huestes cocinen, ejecuten y subviertan ahora, se replicará, con mayor fuerza, en la próxima administración gubernamental.
En Bolivia no hay tragedia, todo se ha convertido en afrenta, en conspiración, en alzamiento, en desorden, para que el “comandante” Evo retorne al trono, libre de culpas, impune y de facto.
Evo y su fiel espejo de la subversión está MAS vigente que nunca, subestimarlo sería un grave error, sobre todo en esta coyuntura que ya vive sus últimos aleteos.
La profunda crisis social, política y económica que sufre Bolivia, ha hecho que el “evismo” sea un perfecto caldo de cultivo para seguir nutriendo lo que mejor saben hacer: subvertir el orden y la institucionalidad democrática, por encima de los más altos intereses de la patria y de los bolivianos.
¿Chapare insurgente? ¡Está a la vuelta de la esquina! Sino se aplica la ley, y se adoptan medidas taxativas y firmes, el escenario social y político podría ser verdaderamente desolador.
Los escuálidos candidatos de la oposición deben dejar de venerar y admirar sus ombligos, y ver más allá de sus narices afiladas. De lo contrario, cuando despierten después del 17 de agosto, el dinosaurio todavía estará allí.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.