Kazuo Ishiguro: El discreto encanto del Premio Nobel
En su novela “El ruido del tiempo”, Julian Barnes describe cómo Stalin acosó al compositor Dmitri Shostakóvich en la Unión Soviética por considerar que su música no era suficientemente marxista. Shostakóvich se pasa la vida aterrorizado por la idea de que, después de dirigir un concierto o una ópera en el Bolshoi, terminaría en Siberia o asesinado.
Exagerando, me recuerda al Premio Nobel de Literatura en los últimos años. Se volvió evidente que el criterio de asignación del reconocimiento dejó de ser estético para volverse casi estrictamente político. Un galardón a los autores que piensan como el jurado. Es penoso enterarse de que dos de los países con las literaturas más ricas del mundo contemporáneo, Estados Unidos (Philip Roth, Don DeLillo, Paul Auster) e Israel (Amos Oz, David Grossman) son sistemáticamente excluidos del premio por las posiciones políticas de sus Gobiernos. La literatura es, antes que otra cosa, una de las bellas artes. ¿Por qué se le juzga entonces con criterios políticos y no artísticos? Nadie le pregunta a una bailarina de ballet por quién va a votar. Tampoco se valoran las pinturas de Miguel Ángel en función de su propuesta política.
Ishiguro estudia la literatura medieval, libros de caballería y leyendas del rey Arturo. Esto, que debería ser normal en un escritor, es cada vez menos común. Antoine Compagnon, el gran crítico literario, se quejaba en una entrevista reciente de que la mayoría de los escritores franceses contemporáneos no lee. Basta con redactar libros políticamente correctos para tapar el hecho de que no se tiene formación literaria.
Las novelas de Ishiguro hablan de la condición humana y sus emociones: amor, odio, felicidad, amargura. A diferencia de tantas escritoras y escritores contemporáneos, su obra no es una autobiografía disfrazada.
Ishiguro tiene lo propio de un gran escritor: imaginación. Dispone de la creatividad suficiente para inventar personajes y relatos en otras épocas y países, con vidas completamente distintas a la suya. Es un escritor que educa la sensibilidad y eso trasciende ideologías. No por nada Karl Marx obligaba a su hija Laura a recitar en su idioma original a Homero, Shakespeare y Balzac, ninguno de los cuales era anticapitalista.
Su mirada es profundamente japonesa, tiene unos enigmas y unos interrogantes que apuntan a preocupaciones metafísicas y filosóficas, que son de esa parte del mundo que no se toca para nada con nosotros.