Parece una lengua infinita, un cuchillo afilado, un muro que parte en dos los humedales del norte amazónico de Bolivia. Es la carretera asfaltada que se abre paso como un tornado lento, empuñando la bandera del desarrollo, a fuerza de maquinarias y a lomo de hombres que van rompiendo la magia que solo da el bosque o las pampas doradas que en épocas de lluvia se convierten en bolsones de agua destinados a calmar la sed cuando las nubes negras ya se van a otra parte.