Con Bolivia desde Bruselas
Mientras las publicaciones desfilan en mi pantalla, desbordantes de decepción, odio, racismo, injusticia y agresión me pregunto de dónde sacar la energía para sumergirme en el trabajo. Seguir mi vida en Bruselas como si nada pasara en Bolivia, como si mi familia, amigos y compatriotas no estuvieran luchando por una democracia casi perdida, me parece insensato.
Al mismo tiempo, estando tan lejos ¿de qué serviría mi acto de brazos caídos? Habiéndome distanciado tanto de Bolivia a lo largo de estos 14 años, ¿no caería más bien como un burdo pretexto para evadir mis responsabilidades? Si ni siquiera tengo el derecho a tener una opinión, me lo han hecho sentir así claramente: “Has votado por el Evo y luego te has ido. ¡Qué sabes tú de lo que estamos pasando si no vives aquí!”.
Cierto, la última vez que ejercí mi derecho al voto en 2005, aposté por Evo porque, como muchos, creía en la necesidad de un cambio que no se quedara en la cosmética política; tenía que venir de esa mayoría poco representada. Y la historia podía haber sido otra si Morales hubiera terminado su ciclo y dejado su silla presidencial cuando tenía que hacerlo, respetando la constitución sin subterfugios, ejerciendo con legitimidad. Los resultados de su mandato eran favorables en ese momento. Pero en cambio, dejó de escuchar a su pueblo y se aferró al poder, por lo visto, hasta las últimas consecuencias.
Hace unos días en el estatuto de Facebook de una amiga estaba escrito: “Dos”. Desde el primer instante tuve un mal presentimiento y minutos después confirmé mis sospechas. Como suele hacerse en las redes sociales y dado que era lo único que podía hacer, respondí con una carita triste. Se trataba de las dos primeras víctimas caídas el día anterior. Mientras dormía mi noche en Bruselas, al otro lado, la población se había enfrentado en defensa de su voto, dejando dos muertos. Anoche, el conflicto cobró una vida más y, parece, que esto solo empieza.
Estar a la distancia te desencaja, desenfoca la mirada porque ya no ves con los mismos ojos que cuando estás adentro. Sin embargo, bajo el cielo gris del otoño belga, puedo sentir la frustración e impotencia de la gente, escuchar sus gritos de protesta y percibir la decepción en sus voces y palabras cuando hablamos por teléfono o nos mensajeamos. Puedo entender el esfuerzo que implica salir a bloquear las calles con el implacable sol de primavera sobre sus cabezas y sin ninguna seguridad de que sirva para algo.
Trato de discernir la información real de la avalancha de publicaciones que se generan minuto a minuto por los diferentes medios y redes sociales. La poca información sobre el país que circula en los medios de comunicación belga es muy general. El problema se reduce a un Evo, de un lado, que habla del voto rural y de la democracia -cuando ya dejó de serlo hace mucho tiempo, y de una oposición del otro, como si solo fuera una, que grita fraude. No refleja en lo más mínimo la complejidad de la coyuntura, la maraña de voces que se contraponen y contradicen, ni la radicalización de las posiciones a medida que pasan los días.
Entre todos los países y regiones que entraron en conflicto en estas últimas semanas -Líbano, Chile, Reino Unido con el Brexit, Cataluña, Siria- Bolivia pasó casi desapercibida. Ahí te das cuenta cómo un país existe por la importancia de su economía y que el nuestro, a pesar del pequeño crecimiento que ha tenido en los últimos años, todavía está fuera del panorama internacional. También podíamos habernos destacado por otros motivos, como el de una democracia más representativa, iniciada por el primer presidente indígena de América de Sur que salió electo por mayoría absoluta.
Hoy esas circunstancias históricas que en ese momento generaban una esperanza de cambio para muchos, se han vaciado de todo sentido. Pudiendo construir un país para todos los bolivianos, a tiempo de disminuir la brecha campo ciudad, Evo ha optado por encerrarse en el callejón de la ambición de poder sin límites y el abismo entre los lados parece cada vez más insalvable.
¿No es acaso él mismo el que está poniendo al pueblo contra el pueblo? Por encima del Evo presidente se levanta el líder cocalero amenazando con cercar las ciudades y convocando a sus grupos de choque para generar miedo y provocar los enfrentamientos.
Pero, a parte del hecho concreto de la ceguera del Evo, nosotros también hemos perdido la capacidad de mirarnos como personas y de reconocernos como conciudadanos a pesar de nuestras diferencias sociales, culturales y/o políticas. El miedo, el odio y la intolerancia nos habitan y dominan nuestros ánimos como un cóctel molotov listo para explotar a la mínima provocación. Ya no se trata tan solo de una brecha entre el campo y la ciudad, sino de una fractura múltiple de la sociedad. Basta con tener una opinión diferente para que se genere el quiebre incluso en el interior de las mismas familias.
No visualizo una salida posible que pudiera hacer volver al país a una “normalidad” y quisiera creer que, desde adentro, hay alguien que la percibe. Porque, al parecer, el único que la tiene clara es el Evo, que manifiestamente ve la continuación de su mandato como la única vía posible.
Momento único, jamás sentido, Bolivia profundamente presente en mi día a día. Tengo que ponerme a trabajar y solo escucho sus voces aún con el Atlántico, la Amazonía y los Andes de por medio. Y me pregunto ¿Es aún posible un acercamiento entre las diversas Bolivias que encierra Bolivia? ¿Existe una salida en este callejón en el que nos ha metido el Evo?
La autora es boliviana radicada en el exterior
www.claudiamendizabal.com
Bruselas - Bélgica
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