El aprendizaje de la acción política
Las escuelas y las universidades bolivianas están cerradas casi un mes. No recuerdo en toda mi vida lo que he visto y sentido día a día en las calles de mi ciudad en una etapa de paro académico. Una resistencia tan espontánea como sincera de la ciudadanía que reunió al docente universitario con la humilde señora de la tienda barrial, a viejos y jóvenes que no se conocían antes, discutiendo estrategias de bloqueo, turnos, organización y defensa de una población sin armas, recaudando dineros propios, cuotas para mantener “las pititas” de las que se burló Evo Morales.
Largas conversaciones entre vecinos: lo que tuvo de bueno y de malo la era de Evo, el análisis del racismo, para qué bloquear. La convivencia por momentos festiva, por momentos angustiosa: los largos días de la incertidumbre. Este octubre-noviembre marca un antes y un después en la historia del país.
Lapso negro por su dolorosa cuota de violencia, pero también color de aurora por la acción de la juventud urbana, a veces criticada y descalificada por algunos, muy críticos de sus eslóganes, y sin embargo, complacientes en justificar lo indefendible. Son innumerables las reacciones en la prensa y en las redes sociales sobre las muchedumbres de jóvenes que llegaron, de pronto, desde el 21 F para convertirse en la pesadilla de Evo Morales.
Ellos y ellas nunca olvidarán este octubre-noviembre fuera de sus aulas escolares o universitarias porque aprendieron historia, teoría y acción política en sus puntos de bloqueo, en las marchas y cabildos o en las caravanas de motoqueros a los que se sumaron voluntariamente ante la pasividad de la policía.
El grito se extendió en todo el país: “¡Mi voto se respeta, carajo!” “¡Nadie se cansa, nadie se rinde!” Los estribillos no los inventamos los adultos ni los líderes de la oposición, fueron ellos: los jóvenes de las calles, los millennials y centennials supuestamente apáticos, para despertarnos de nuestro letargo fatalista o cómodo. Desde el punto de vista educativo, de cara a una sociedad del futuro en Estado de Derecho, es fundamental la experiencia de la resistencia pacífica para pedir, al gobernante de turno, consecuencia, honestidad y respeto a las leyes vigentes, sea quien sea. Que todo un país se movilice junto a su juventud y se rebele contra el fraude es lo que podemos llamar una experiencia significativa de aprendizaje de ciudadanía, de ética y coherencia más allá de las diferencias ideológicas, regionales o partidarias.
No sabemos aún qué han aprendido los jóvenes de las áreas rurales y suburbanas que escucharon, a cambio de la nueva escuela, el bono o la canchita alfombrada, el discurso oficial pobre pedagógicamente, pero recargado de ideología. El grito joven en El Alto de “ahora sí, guerra civil” y los lamentables acontecimientos en La Paz nos dan pautas que dicho discurso empieza a dar frutos.
Ojalá la educación en su conjunto se haga cargo críticamente de esta etapa de nuestra historia para reflexionar sobre ella, curar las heridas y seguir avanzando de cara a ser un país mejor, inclusivo y respetuoso.
La autora es educadora y escritora
Columnas de MELITA DEL CARPIO SORIANO