Sindicalismo es destruccionismo
En su obra Socialismo (1922), en la que Ludwig von Mises acuña el término destruccionismo para calificar la acción demoledora de la intervención del gobierno en la economía, decía: “La política destruccionista del intervencionismo y del socialismo ha sumido al mundo en una angustia enorme”. Dentro del destruccionismo se incluyen las expropiaciones, inflación, desempleo, leyes laborales y sindicalismo.
Los sindicatos se encargan de ejercer presión, fuerza y violencia no sólo contra los propios miembros que no estén a favor de una medida sino que exteriorizan la coerción contra quienes se opongan a sus demandas. Para eso, toman diferentes acciones en forma escalonada, desde marchas pacíficas, concentraciones, crucifixiones, bloqueos, sabotaje, uso de dinamitas en el caso de mineros, vandalismo, terrorismo, etc. Los sindicatos han ido ejerciendo un uso de la violencia sistemática hasta conformar colectivos o grupos de presión poderosos que pueden cambiar o imponer ministros, ocupar ministerios, derrocar gobernantes, etc.
Tal es el poder del sindicalismo, que el gobierno les otorgó mediante ley la posibilidad de tomar empresas en quiebra, aspecto que atenta contra el derecho a la propiedad, paso a la colectivización de los medios de producción. Además que ser dirigente otorga más puntaje a la hora de acceder a un cargo público.
Pero los sindicatos no sólo son medios de asociación para la defensa de intereses de los proletarios; porque los sindicatos también son compuestos por propietarios. Los campesinos se asocian con el fin de obtener tierras fiscales, colonos que obtienen tierras para cultivar o especular con intereses agroindustriales o inmobiliarios.
Los sindicatos sirven de instrumentos para obtener cosas, tierras, privilegios, fortunas, bienes, demandas exorbitantes e irresponsables, rentas, subsidios, incremento de salarios, so pena de boicotear la estabilidad, seguridad, paz, orden de la sociedad; pero también para obtener apoyo electoral con dirigentes cooptados que manipulan a sus bases.
Los dos personajes más destructivos de la producción boliviana son Juan Lechín Oquendo y Evo Morales Ayma, ambos dirigentes de profesión, personas encargadas de jugar fútbol, tomar, bailar con las masas y hacer de estas actividades una forma de vida, seguida de reuniones, asambleas, ampliados, cabildos donde imponen sus propios intereses haciendo creer que escuchan a las bases.
Los dirigentes viven de cobrar a los afiliados cuotas mensuales de membresía, dineros que van directamente a sus bolsillos largos. Esta forma parasitaria de vivir es muy respetada en países socialistas donde pesa más el discurso revolucionario, sobre el esfuerzo heroico de producir que tienen sobre sus espaldas los empresarios. Un dirigente es más respetado que un emprendedor, quien es visto con recelo y envidia. Gente que nunca ha producido ni una vela puede llegar a conducir los destinos de la patria y mandar sobre los productores.
Los dirigentes sindicales que se encargan de destruir la economía, boicotear la producción, sabotear los emprendimientos para luego hacerse cargo de los réditos políticos, gozan de un fuero sindical que les permite cobrar sin trabajar. Dirigentes de centrales nacionales, confederaciones y federaciones de trabajadores son declarados en comisión, con goce del ciento por ciento de sus haberes y demás beneficios sociales, mientras desempeñen sus funciones sindicales. Así pueden viajar, hacer política partidaria, etc., sin que eso beneficie a la empresa de donde succionan sueldos. Esto debe cambiar, la tecnología, innovación, automatización, han hecho del dirigente sindical un ente anacrónico y destructivo. El héroe hoy en día, es el empresario que compite en el mercado a pesar del Estado.
El autor es representante del Instituto Libertad, Capitalismo y Empresa (ILCE).
Columnas de LUIS CHRISTIAN RIVAS SALAZAR