Diplomacia en tiempos de Covid-19
Un colega colombiano reflexionó sobre la labor diplomática en un artículo titulado Diplomacia en tiempos de Covid-19, en el cual, a tiempo de describir el panorama preapocalíptico vivido a consecuencia de este virus, afirma que, a pesar de haber sobrevivido a otras pandemias, los seres humanos no estábamos suficientemente preparados como especie. Destaca el rol de servidores públicos y privados que están en el frente de batalla, realza la valentía de los trabajadores de salud y sugiere que ellos deberían ser galardonados con el premio Nobel de la Paz.
Reconoce también que los policías, los militares, así como los prestadores de servicios básicos, contribuyen en esta lucha, y culmina su reflexión dirigiéndola hacia aquellos profesionales que suelen pasar desapercibidos, especialmente cuando hacen bien su trabajo: los diplomáticos.
El trabajo diplomático tiene una faceta glamorosa que, para quienes no lo ejercen por vocación, o lo asumen como un botín al que se accede por servicios prestados en la política, puede parecer ajena y superficial. Nada más engañoso, su ejercicio necesita una adecuada formación y preparación y resulta fundamental en tiempos de crisis o amenazas como la que vive la humanidad entera en la lucha contra este microscópico pero poderoso enemigo que no reconoce fronteras territoriales ni nacionalidades.
Como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, las salidas a esta emergencia global, a los desbarajustes económicos que provoca el Covid-19 y a las crisis humanitarias que emergerán, están siendo analizadas y serán resueltas por diplomáticos. En organismos internacionales, como la ONU o la Organización Mundial de la Salud, los diplomáticos trabajan de la mano de técnicos y expertos, construyendo acuerdos para garantizar el acceso a medicamentos o vacunas, en estrategias para recuperar las economías, el acceso a fuentes de financiamiento, o canalizando la cooperación internacional.
En las relaciones bilaterales, son los diplomáticos quienes negocian acuerdos de cooperación, comparten datos, informan a sus países sobre conflictos en marcha o potenciales, gestionan vuelos y traslados terrestres humanitarios, aún en tiempos de tensiones políticas o ideológicas crean puentes de confianza para detener acciones que llaman a la violencia y encauzan energías para combatir o paliar los efectos que provoca este enemigo común de la humanidad.
En el caso boliviano, desde el mes de diciembre de 2019, varios diplomáticos de carrera fueron reincorporados al servicio de relaciones exteriores luego de varios años de marginación, algunos fueron enviados al servicio exterior con el objeto de superar las tensiones generadas por el delicado relacionamiento bilateral con países afines al evadido expresidente boliviano, otros permanecen en el servicio central.
La explosión de la pandemia a nivel global, obligó a reinventar el trabajo diplomático y consular. Cuando el teletrabajo y el aislamiento preventivo se imponían, varios de ellos tuvieron que abandonar la seguridad de sus hogares y retomar sus funciones presenciales, y coordinar, por ejemplo, vuelos y viajes de repatriación de connacionales en condiciones planificadas, ordenadas y seguras, hoy podemos ver aviones aterrizando en diferentes aeropuertos de nuestro país. Podemos también ver buses ingresando por nuestras fronteras trayendo de regreso a muchos compatriotas.
Así sea para atender trámites y gestiones rutinarias, el contacto personal, inclusive con posibles contagiados, es inevitable pues la esencia del servicio exterior es también su naturaleza social. Ejercer la diplomacia en este tiempo es un riesgo en el que perder la vida es también una opción, como ocurrió con un cónsul chileno muerto en Argentina. Para un diplomático con trayectoria institucional, el Covid-19 es una amenaza más, pues “el trabajo diplomático y consular, encierra un riesgo implícito”, y es peor en este caso, pues este minúsculo pero implacable enemigo no tiene ni la más pálida idea de lo que es la inmunidad diplomática.
Para finalizar, este virus transnacional dejará muchas lecciones, algunas serán dolorosas, otras anecdóticas, esperemos que las más importantes sean aquellas que permitan replantear el relacionamiento de nuestra colectividad global, que permitan privilegiar acuerdos que potencien la ciencia, la salud, la educación humanizadora y el respeto por el medio ambiente como valores rectores, articular una salida económica sostenible y esencialmente solidaria.
Es prácticamente inevitable un nuevo orden internacional, ojalá más justo, y es ahí donde los diplomáticos, especialmente de carrera, tenemos el deber de aconsejar apropiadamente a los tomadores de decisiones.
El autor es abogado, diplomático de carrera y docente universitario
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