De la Luna a La Habana, la lucha sigue
Así titulaba, en noviembre de 1972, un diario oficial cubano que anunciaba el arribo de un grupo de confinados políticos bolivianos (aproximadamente 60) que había escapado de la isla de la Luna, en el Lago Titicaca, atravesado la frontera con Perú, para luego ser recogidos por una aeronave enviada por el gobierno de Fidel Castro para llevárselos a La Habana, Cuba.
Años después, me tocó encontrar un amarillento manuscrito mientras escudriñaba los archivos del único partido político en el que milité, hasta que desapareció, y pude enterarme de la forma en que se realizó esa fuga masiva de prisioneros políticos, muchos de ellos jóvenes universitarios encerrados por Banzer en la cárcel que había sido construida durante la guerra del Chaco (1932-1935) en la isla de la Luna, rodeada por la gélidas aguas del lago más alto del mundo. Una especie de Alcatraz andino.
Se trató de una fuga planificada, los prisioneros políticos idearon una trampa en la que cayeron los policías que los custodiaban, pues aceptaron jugar un partido de fútbol en las orillas del lago. Mientras la mayoría de los custodios corrían desarmados y semiencuerados detrás del balón, los que quedaron fueron reducidos por los demás prisioneros (casi 80). Los comunarios de la isla fueron obligados por los evadidos a trasladarlos en sus botes hasta la frontera con el Perú. Por ese hecho, aquellos pueblerinos fueron encarcelados, acusados de complicidad y torturados.
Debido a que Perú y Chile no pudieron darles asilo, Fidel Castro envió un avión a recoger a los fugados y trasladarlos hasta la isla de Cuba, país que en tiempos de la Guerra Fría era considerado la capital de la dignidad latinoamericana. Eran tiempos duros, y los líos entre la izquierda y la derecha se resolvían en la mayoría de los casos, a punta de tanques, fusiles y bayonetas, con torturados, asesinados, desaparecidos o confinados, como aquellos bolivianos que lograron escapar de la isla de Coati (de la Luna).
Uno de los ideólogos de esa fuga, que hasta hoy tiene ribetes épicos, fue Alfonso Camacho Peña, un hombre que dedicó su vida a luchar por la recuperación de la democracia boliviana y por su preservación. Alfonso y otros líderes de la izquierda boliviana se enfrentaron a crueles dictadores como Banzer y García Meza.
Una vez recuperada la democracia y siendo ésta incipiente aún, Alfonso Camacho Peña se dedicó por un tiempo a la cátedra universitaria, enseñaba lo que le apasionaba, Historia Crítica de Bolivia e Introducción a las Ciencias Políticas. Era de los pocos docentes que no llamaba listas pero que tenía su aula llena de estudiantes ávidos de escucharle, no sólo por lo pedagógico de sus clases sino por la emotividad de las mismas. Era imposible no imaginarse los lugares y personajes de sus narraciones, con él era fácil indignarse frente a las injusticias cometidas por los poderosos a lo largo de nuestra historia. Tuve el gusto de conocerle en mis años de estudiante y luego el privilegio de compartir con él el sueño de construir una Bolivia Libre, junto a otros valiosos compatriotas cuya amistad aún conservo.
Alfonso Camacho era un luchador incansable, y a pesar de los quiebres de su salud, nunca se negó a contribuir con su aporte intelectual, su análisis certero, y su crítica implacable. En días pasados cerró sus ojos para siempre y se marchó de este mundo terrenal, dejando un gran vacío en quienes lo conocimos, lo admiramos y lo recordaremos. Paz en su tumba, la lucha sigue.
El autor fue alumno de Alfonso Camacho
Columnas de WILLY WALDO ALVARADO VÁSQUEZ