Carta a Jeanine Áñez
Señora Jeanine Áñez, expresidenta constitucional de Bolivia.
Usted no me conoce ni yo la conozco personalmente. Seguramente hay muchas cosas que nos separan, como que usted es cristiana y yo atea. Soy feminista, activista y militante, y usted no. Fui militante de un partido con una ideología opuesta al suyo, pero, por encima de todo, usted y yo somos seres humanos con dignidad y derechos y es por este reconocimiento tan elemental y simple que le digo que siento en mi cuerpo y alma la tortura a la que la tiene sometida el gobierno del odio, la venganza y la sinrazón del MAS; dolor y sufrimiento similar al que sentí al leer la nota empapada en veneno que escribió la señora Galindo contra usted.
Sufro a la distancia la degradación a la que llegó la justicia en nuestro país, una degradación que no había visto ni en los peores momentos de quiebre democrático. Sé lo que siente en este momento como mujer y madre, porque también lo viví en el pasado, la angustia que le genera el hostigamiento de sus carceleros/as y otras privadas de libertad que, azuzadas por el poder político con promesas de beneficios y prebendas, se prestan por su situación al sucio papel de lobas.
Sin embargo, señora expresidenta constitucional de Bolivia, sepa que somos miles de personas que no debemos favores políticos a nadie, personas comprometidas con la justicia social y los derechos humanos y solo aspiramos a vivir en democracia, las que estamos con usted, que luchamos desde donde podemos porque la liberen, porque el mundo sepa que el odio patriarcal y misógino la tiene sometida a tortura, trato cruel y degradante.
Sé que es pedir demasiado a quien está en su condición, pero le pido que no permita que a destruyan ni física ni moralmente; podrán sentir placeres infinitos al tenerla entre rejas, pero no les dé la satisfacción de verla derrotada. Que no la abandone la fortaleza con la que asumió una responsabilidad que la historia le impuso cuando un cobarde dictador fraudulento huyó dejando caos y desorden en el país. Fuerza, señora Jeanine, no está sola. A la noche oscura le sigue un bello amanecer. La fortaleza suya es la humillación del déspota. Con cariño, respeto y sincera solidaridad.
La autora es directora de la Oficina Jurídica para la Mujer
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