Entre lo ridículo y lo macabro

Columna
Publicado el 31/10/2021

No puede haber mescolanza más detestable que esa. Justo la que nos toca ir viendo y viviendo aquí, ahora.

En cuanto a lo ridículo, podríamos definirlo como aquello que provoca risa, pero es una risa con su punta de desdén, que descalifica algo por ser absurdo, aunque se presente ignorando el propio absurdo y pretendiéndose serio, aunque cause burla; es ajeno a lo digno, suele dárselas de solemne y desconoce la risa que despierta.

La ridiculez de hacer el ridículo, pues, ridiculiza las pretensiones ridículas e infatuadas, mientras que es todo un gobierno el que ahora parece elevar lo ridículo a ridícula política de Estado, como cabía esperar de las mediocridades que lo conforman.

Nada más ridículo, así, que ver las ridiculeces de Wilfredo Chávez, ridículamente colocado como “procurador” y afanándose en un ridículo reconteo de unos papeles perimidos para ridículamente acabar diciendo que no hubo fraude, aunque todos en el mundo ya sepamos de memoria que el fraude de Evo no fue nada ridículo ni ya nada nunca lo borrará, aunque haya desencadenado luego una inagotable serie de ridiculeces, además patéticas.

Ya que abandonaron ridículamente la razón, no queda otra que señalar su ridiculez, pues ni demostraciones ni razones les harán ninguna mella. La razón, para ellos, es poco menos que una proscrita.

En sus ridículas cabezas de mentirosos seriales se traman ridiculeces al por mayor e ilimitadas. Entre las últimas, para dar otro ejemplo entre muchos, algunos querían volver a hacer el ridículo construyendo otra ridícula planta de ridículos abonos, justo después del ridículo fracaso de la millonaria planta ridículamente situada en Bulo Bulo, debido a la intrínseca estupidez de quien así lo ordenó. A un ridículo fracaso quieren, ridículamente, sumar otro todavía más ridículo. ¿Dónde tienen la cabeza? ¿Remojando en qué espeso caldo de ignorancia y de ridículo?

De tan ridículos, contribuyen a que Bolivia tenga, afuera, la imagen de un país ridículo. O, por lo menos, un pobre país con un gobierno ridículo. Es que no se puede ser más ridículo. ¿Y qué se podía esperar de un ridiculete altamente mitómano como Arce Zaconeta, de quien además todos sabemos que fue partícipe en el fraude y que se lanza a hacer el ridículo en estrados internacionales?

En cuanto a lo macabro, este define a las persecuciones políticas, los encarcelamientos políticos, las amenazas y los amenazadores, los fiscales venales y los jueces comprados, la corrupción absoluta y los grupos de choque, la atmósfera de avasallamiento y represión… toda esa panoplia que hace 40 años era típica de las dictaduras militares “de derecha”, y que es hoy propia de los gobiernos “de izquierda”. No sólo son macabros Maduro, Ortega y su bruja, o el castrismo cubano, sino que también quedan engoblados, bajo el ala de lo macabro, todos sus simpatizantes y valedores, bien repartidos por todo lado, a veces con ridículos y altos cargos.

Es macabro divisar, como si se espiara por el ojo de una muy pequeña cerradura, lo que se entrevé a través de denuncias extremas (como la danza de millones de la corrupción chavista o espeluznantes investigaciones sobre narcotráfico que tocan muy cerca) y percatarnos de que en realidad estamos ante una macabra mezcla entre partido político, gobierno —con afanes totalitarios— y cartel.

De quiénes son los más tétricos personajes en Bolivia, desde el macabro Evo para abajo, bien los conocemos todos los ciudadanos libres (a diferencia de los súbditos sin derecho a pensamiento propio) y con dos dedos de frente —y que no sabemos si reír o llorar: típica disyuntiva provocada por lo ridículo-macabro.

Cuando se cruzan lo ridículo y lo macabro se tiene un producto espantoso, compendiado hoy en la política masista. Esa mezcla genera un engendro entre lo cómico y lo siniestro y es un indicio fatal de que vamos muy mal. ¿Cómo algo puede ser tan macabramente ridículo o ridículamente macabro?

Es ridículo que desde el clepto-masismo quieran aprobar una ley contra la legitimación de ganancias y es macabro el programa de persecución política que se esconde tras ella. Es ridículo que se hagan a los que les importa la “madre tierra” y es macabro que promuevan incendios, avasallamientos armados, la destrucción de los parques naturales y la expansión del complejo coca/cocaína. Es ridículo que se finjan “indigenistas” y es macabro que abusen espantosamente de los indígenas de las tierras bajas. Y podrían seguir más y más ejemplos de la abominable cruza entre lo ridículo y lo macabro.

Pero mejor dejarlo ahí, que a fin de cuentas a todos nos pasa alguna vez hacer el ridículo –pero sin ser macabros al mismo tiempo.

 

El autor es escritor

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