La crisis de la vergüenza
El sufrir vergüenza es un estado de ánimo que da lugar a encontrarse atormentado, humillado, deshonrado debido a un error o una falta cometida por uno mismo. El avergonzado procurará ocultar su equívoco pero este sentimiento, en gran medida, mostrará a un hombre que aún mantiene honor y dignidad porque tiene la capacidad moral de avergonzarse, y hasta quisiera desaparecer.
Con el tema de las elecciones nacionales se ha llegado a situaciones extremas y repugnantes.
Irrumpe en la televisión una especie de huracán de sandeces expulsadas a boca llena por actores electorales desprovistos de vergüenza cuando la preocupación ciudadana se dirige a procurarse un pan o un medicamento para poder sobrevivir.
Por ejemplo, en la pantalla televisiva aparece asiduamente un diputado soberbio, atrevido e ignorante que amenaza constantemente con encarcelar hasta a su propia sombra, conducta que no hace más que divertir y arrancar risas del espectador.
Hay otro sujeto que a propósito de las elecciones nacionales con todo desparpajo presenta “acciones constitucionales” contra todo el mundo, un poco más y se demanda a sí mismo y tan pronto como aparece brabucón y amenazante no tarda en irrumpir en lloriqueo infantil, desarreglo que en psiquiatría se denomina “labilidad emocional”.
Enorme cantidad de sujetos de esta especie hoy están en la política, están incapacitados para sentir vergüenza, niegan hechos negativos y hasta abominables que la ciudadanía no solo que ve y palpa todos los días, sino que los sufre y padece.
En el ajetreo electoral ha desaparecido la vergüenza. Los “principios”, el “programa”, no interesan para nada, es la angurria de poder y el oportunismo los que mueven a la política. Existen “dueños” de siglas que sin rubor las ofrecen comercialmente señalando públicamente que “sus puertas están abiertas para todos”, sin importar su tendencia o ideología, candidatos que sin sonrojarse pasan de un partido a otro, que ofrecen el cielo y la tierra, que se prometen cariño y lealtad entre ellos y se acuchillan por la espalda, otros que no quieren largar por nada su triste pega de senadores o diputados.
Estamos viviendo una “crisis de la vergüenza” que impone impertinencia, desaprensión, cinismo, de ahí que viejos rostros politiqueros; no obstante, sus feas arrugas políticas aparezcan ansiosos de introducirse ellos y sus familiares en el poder.
En todo caso, ante la pérdida de la vergüenza de los políticos, para que la sociedad no caiga en el abismo, lo que corresponde es que el ciudadano no se contagie de esta anomia, que en vez de divertirse espectando circo tan desagradable, mantenga “vergüenza ajena” entendida ésta como la incomodidad, rechazo y desaprobación que sentimos en nuestra propia piel ante un acto de otra persona que es deplorable o patético.
Si nos despojamos de capacidad crítica, de avergonzarnos por el acto ajeno, estaremos incapacitados de indignarnos frente a lo que es injusto o estúpido y seremos presas fáciles del mal gobierno y finalmente del totalitarismo que sobrevenga y las urnas electorales serán nuestro verdadero cadalso ciudadano.
El autor es jurista
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA