General
Mantengo esta columna por más de 30 años y, durante todo este tiempo, no he podido convencer a mis lectores del interior del país de que las generalizaciones son malas y no reflejan la realidad.
Y, lamentablemente, se generaliza lo malo, o aquella característica que podría ser usada para degradar a las personas, a grupos de personas o colectividades enteras.
En lo que hace a Potosí, esa generalización se hace en los días previos a la Navidad, cuando decenas de habitantes del norte de este Departamento se van a ciudades grandes, como La Paz y Cochabamba, con el propósito de aprovechar la solidaridad que despierta la fecha y obtener algunos beneficios gratuitos, desde recibir limosna hasta conseguir obsequios. Entonces, los medios de comunicación de esas ciudades ponen la atención en ellos y son muchos quienes lamentan la situación, pero no hacen diferenciaciones, sino que generalizan. Para mucha gente sin la preparación adecuada para ejercer el periodismo no son los nortepotosinos quienes van a las ciudades grandes a extender la mano sino “los potosinos”, y eso es lo mismo que decir que somos todos quienes llevamos el gentilicio, por haber nacido en algún lugar de nuestro extenso Departamento.
Y no es que mendigar sea malo, ya que ésa es una condición extrema a la que suele llegar el ser humano cuando le presiona el hambre, sino que ésta es mal vista por los habitantes de las ciudades grandes que sienten que los nortepotosinos les están ofendiendo al sentarse en sus calles para pedir limosna. Lo ven como algo bajo, ruin, como si, al hacerlo, estas personas estuvieran ensuciando las aceras en las que se sientan, y que no son precisamente limpias.
Recuerdo que, en un telenoticioso, hace ya algunos años, a un presentador de noticias se le ocurrió decir, al comenzar diciembre, que seguramente pronto aparecerán los potosinos en las calles, pidiendo limosna, y deploró el asunto. Nunca se le ocurrió indagar las razones por las que esa gente se traslada a las ciudades y simple y llanamente generalizó, involucrando a todos los potosinos en su crítica infundada.
Reparo en esto, en junio, por lo sucedido en la entrada del Gran Poder, en La Paz, donde un grupo de bailarines de algo que ellos llaman “tinkuy” se presentó portando bolsas de limones en las manos, en una clara alusión a los nortepotosinos que venden el cítrico en las ciudades grandes. Lo que para ellos fue un agregado a un baile mal ejecutado, y con vestimenta inadecuadamente colorida, en Potosí fue interpretado como un nuevo insulto, como una manera de pasar de llamarnos limosneros a limoneros, con sentido peyorativo en ambos casos.
¿Cuánto saben estos folkloristas acerca del norte potosino para permitirse insultar de esa forma? ¿Se habrán tomado la molestia de averiguar qué está pasando últimamente en esas provincias donde ahora impera el MAS y proliferan los autos chutos? ¿Sabrán que, por los sucesos políticos de los últimos años, se ha hecho más grande la brecha entre la capital y los municipios del norte?
No saben porque no les interesa instruirse para bailar. Si entre esos danzarines manejan grados, habrá que cuadrarse ante ellos porque no sólo generalizan, sino que su ignorancia es general.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA