“Mirando” (pensando) la final del Mundial
Catar es una monarquía absoluta especializada en producir petróleo, gas y abusos a los derechos humanos, en especial a los de las mujeres y homosexuales. Su jeque actual, Tamim bin Hamad Al–Thani, es “la mejor personalidad del deporte en el mundo árabe” (diario Al-Ahram). Cierto. Catar, bajo su dirección, ganó el derecho a organizar el Campeonato Mundial de Natación de 2014 y la Copa Mundial de la FIFA 2022. Ignoro si este autócrata sabe nadar o jugar fútbol. Afirmo que se trata de un astuto político y mejor inversionista. Utiliza el dinero, “el excremento del diablo” (Papa Francisco citando a los primeros Padres de la Iglesia), para ganar influencia global. Además de controlar la Red de medios Al Jazeera, Al–Thani es dueño del París Saint–Germain; tiene acciones en Volkswagen, Barclays, Sainsbury’s, Harrods, Porsche… y, según rumores, está interesado en el litio de Bolivia.
No voy a repetir lo que la prensa internacional ha publicado sobre la corrupción internacional en el proceso de otorgar a Catar el derecho de ser país anfitrión de la Copa Mundial 2022. Basta el siguiente dato para el agudo lector. Casi todos los 22 miembros del comité de la FIFA, que participaron en la votación, han sido acusados o condenados por corrupción.
Aprobada su candidatura, Catar empezó de cero. Consumar la Copa del Mundo requería la construcción de estadios y una moderna infraestructura vial y hotelera. Se trató, por primera vez en la historia, de construir o rediseñar un país en torno a las necesidades de un torneo de fútbol internacional. El gasto de este proyecto de construcción nacional sobrepasa los 220 mil millones de dólares. El dinero, sin embargo, abunda en Catar que ostenta la mayor renta per cápita del planeta (85.128 dólares en paridad del poder adquisitivo, 2021). Lo que escasea es la mano de obra. Catar, por ello, reclutó cientos de miles de trabajadores en la India, Paquistán, Bangladés y algunos países africanos. Tantos que se estima que la población catarí creció alrededor de un 13 por ciento en 2021. Este frenesí de mortero, ladrillo y hierro costó la vida a miles de trabajadores migrantes. The Guardian reporta 6.500 (febrero, 2021) y Amnesty International 15.000 (reporte de 2021), cifras que algunos oficiales de Catar minimizan a ¡“entre 400 y 500”! La FIFA y el gobierno catarí reconocen tres. Supongamos que sólo uno murió. En la Mishná está escrito que “Para la justicia de Dios, el que mata a un hombre, destruye el mundo”. Lo inaceptable es que no se sabe cuántos de esos trabajadores han muerto y nunca va a saberse. Los afortunados, enfermos, heridos y mutilados, han regresado a sus países sin el salario que se les prometió. Otra vez perdieron los pobres de la tierra: ganó el fútbol… y nosotros, los fanáticos pegados a las pantallas de televisión.
Muchos aficionados, amigos e incluso periodistas “deportivos”, responden que los reparos a la Copa de Catar son motivados por la envidia, la Islamofobia y el racismo occidental. Tal vez. Pero me gustaría que expliquen esos argumentos a los familiares de los trabajadores muertos que procedían —¿no lo entendieron?— de la India, Paquistán, Bangladés y algunos países africanos. Seguimos esclavizados por el capitalismo del espectáculo donde el dinero es el nuevo Dios de los mil rostros. ¡Y todo por el fútbol!
No sé quién va a ganar la final, según algunos fanáticos argentinos, entre “europeos” y “africanos”, ni me interesa. Mientras millones de “bobos” miran a Messi, yo escribo esta nota: mi manera de protestar —irracional dice mi madre— contra el “mejor mundial de todos” (Gianni Infantino). No quiero y no hay remedio: soy pesimista. El fútbol no va a cambiar Catar. Al contrario, su Mundial ha cambiado al fútbol para siempre y, tristeza de un perdedor, a los que aman el balompié. El “Mundial de la vergüenza” nos ha empobrecido a todos, ya que ha demostrado que aceptamos cualquier cosa con tal de seguir viendo este “deporte para imbéciles”, Borges dixit. De un origen humilde asociado a la plebe inglesa y “pasión de multitudes” alrededor del planeta, el fútbol se ha convertido en un negocio sucio global manchado de sangre inocente. El gran ganador de este Mundial –odio escribir esto– es el emir que quería ver, junto a sus tres esposas legales y muchas “damas de compañía”, una final entre Leo Messi y Kylian Mbappé, sus “inversiones” en el París Saint–Germain.
Casi olvido mencionar que al jeque de las pelotas, de fútbol aclaro para los malpensados, también le encanta coleccionar honores internacionales. Es Caballero Gran Cruz de la Orden al Mérito de la República Italiana (2007); Gran Oficial de la Orden de la Legión de Honor (República Francesa, 2010); Caballero gran cruz de la Orden El Sol del Perú (2014); Collar de la Orden de Isabel la Católica (Reino de España, 2022); y un largo etcétera... Ya lo dijo Francisco de Quevedo, el gran estilista español: “Poderoso caballero es don Dinero”. Vale.
Columnas de GUSTAVO V. GARCÍA