Lecciones del suspendido Día del Peatón
La suspensión —y sus motivos— del primer Día del Peatón de este año en Cochabamba tendrían que servirnos para reflexionar acerca de esta jornada cuya esencia y razón parecen haberse distorsionado en el tiempo, a pesar de su trascendencia a escala nacional.
Desde su primera versión, en septiembre de 1999, este día cuyo principal propósito es mejorar la calidad del aire en la ciudad, tuvo tanto éxito en la aceptación y disfrute ciudadanos que, con el paso del tiempo, dejó de ser uno anual y ahora existen tres: en abril, septiembre y diciembre.
No solo eso, una ley del Estado, inspirada en la iniciativa cochabambina, instituye que el “primer domingo del mes de septiembre de cada año, como el ‘Día Nacional del Peatón y del Ciclista en Defensa de la Madre Tierra’, con el fin de lograr conciencia sobre la protección del Medio Ambiente y por consiguiente la protección de la salud humana en todo el territorio Nacional”.
Y no hay duda de que el propósito original del Día del Peatón se cumple: “la calidad del aire mejora: el primer domingo de abril de 2023, la contaminación atmosférica generada por la emisión de gases del parque automotor que utiliza combustibles fósiles se redujo en 92%, según la Red de Monitoreo de la Calidad del Aire (MoniCA)”, decíamos en este mismo espacio el 7 de abril de 2024, hace un año.
Ese día circularon en la ciudad de Cochabamba solo los, pocos, vehículos motorizados autorizados. Y no solo en este municipio, sino en todos los de la Región Metropolitana de Kanata: seis, además de Cercado, Colcapirhua, Quillacollo, Sacaba, Sipe Sipe, Tiquipaya y Vinto.
Hoy, toda la región metropolitana del departamento se ve afectada —con distinta intensidad según su proximidad con la ciudad de Cochabamba— por el boqueo del botadero de K’ara K’ara, que ya dura más de una semana con consecuencias sanitarias peligrosas para toda la población: cerca de 10.000 toneladas de residuos sólidos están pudriéndose en las vías públicas, y cientos de kilos de basura hospitalaria infecciosa se acumula en los nosocomios.
Esta triste situación evidencia el descuido institucional y ciudadano —de décadas— por el entorno donde vivimos.
Un descuido de efecto mayúsculo en lo referente a la gestión de nuestros desechos sólidos, y de consecuencias de menor —aunque permanente— impacto inmediato en otros aspectos como el acústico.
Esa “conciencia sobre la protección del Medio Ambiente y por consiguiente la protección de la salud humana”, que proclama la ley nacional, tendría que implicar también el cuidado de nuestro entorno acústico —abrumado por la estridencia de altoparlantes de comercios y restaurantes, vehículos de transporte público o de uso privado—, porque el ruido también nos enferma.