Expectativas sobre la economía boliviana
Con una democracia en crisis y una política sumida en el caos, la economía boliviana no puede sino reflejar ese desorden. En el futuro inmediato, deberá conducirse con extrema cautela. Es decir, requiere de un abordaje con cabeza fría, que apueste por su diversificación, pero bajo un modelo de enclave económico. Un enclave que, nuevamente, parece tener que sustentarse en la minería, esta vez con una articulación estratégica entre el Estado y la inversión privada.
Esto resulta imprescindible, considerando que la salud económica del país ha venido deteriorándose de forma sostenida desde hace casi una década. Por tanto, para que el sector privado contribuya efectivamente al aprovechamiento de nuestros recursos naturales, se vuelve urgente que Bolivia garantice seguridad jurídica a los inversionistas.
Sin embargo, más allá de esta continuidad forzada en el extractivismo, Bolivia, en términos de economía política, debe replantearse su inserción en el mercado global apostando por la diversificación productiva, aprovechando la riqueza de sus múltiples pisos ecológicos.
A esto debe sumarse la incorporación decidida de formas no tradicionales de economía, como la economía naranja, que puede abrir nichos creativos e innovadores en mercados regionales e internacionales.
Ahora bien, más allá de estas expectativas, todavía abstractas, el país necesita apostar por el desarrollo de productos únicos, con identidad y valor agregado, que le permitan competir en un mercado global dominado por la estandarización.
En este sentido, quizá convenga repensar el rol de la minería, no como una simple fuente de renta inmediata, sino como parte de una cadena de valor articulada, sostenible y planificada. Cualquier impulso hacia esta economía posible debe estar sustentado en una planificación rigurosa, orientada no solo a la generación de ingresos, sino a la consolidación de una estrategia de inversión que proyecte al país a largo plazo.
Esta planificación se vuelve aún más urgente si se considera que, en los últimos años, la economía boliviana ha operado bajo una lógica de monumentalismo, donde el desarrollo se ha asociado casi exclusivamente a grandes construcciones. Obras de impacto visual, sí, pero que en muchos casos carecen de valor de uso para la ciudadanía, y en otros incluso de valor de cambio, quedando como símbolos vacíos.
Por ello, la economía boliviana no puede concebirse como un campo separado ni subordinado a la política, y menos aún como un monopolio tecnocrático. Debe integrarse en una visión más amplia de lo político, entendida como la construcción colectiva del bienestar y el futuro común.
Es precisamente en la separación entre lo político y lo económico donde se han originado muchos de los declives actuales y la peligrosa deriva hacia el monumentalismo improductivo.
El autor es politólogo
Columnas de VLADIMIR HUARACHI COPA