Indianismo e hispanismo, choque, amalgama
Sin pretensión de análisis cultural ni postura anti descolonizadora. Soslayando la hipótesis: para el boliviano el Carnaval es más importante que la guerra. En 1531 se enfrentaron dos civilizaciones, unos bailan de manera mecánica los otros de modo festivo. Por supuesto, el baile llega mucho después de la guerra. Después del choque la amalgama y en las entradas de Carnaval las ganas se juntan y el origen del baile no se recuerda. Sin embargo, siguiendo el dicho de viernes “lo que se ve se anota”.
Bando político prebando carnavalero. Cuando Pizarro desembarcó en Tumbez en 1531 encontró una organización social que no pudo comprender. De modo duro e implacable dos concepciones de vida se encararon. Por un lado, gente desbordando de vida, audaz, intrépida; por el otro un gran imperio organizado de manera inflexible con lineamientos rígidos. Por un lado un liberalismo que podría desembocar en la anarquía sin el rey o el papa; por el otro un socialismo homogeneizador y sofocante que sólo da respiro a la élite. Por un lado el hombre, por el otro el Estado. Para Louis Baudin empieza el drama latinoamericano, un drama que continuaría hasta el presente, dos razas que se superponen que no se mezclan. Pero se mezcla, el drama tiene intermezzos. Indianismo, hispanismo, los bailes y los ritmos pueden ser distintos, sin embargo, todos bailan y no son sones de guerra, no es sólo un pacto; si para unos el Carnaval era quitar la carne antes de la cuaresma, para los otros es debut en su primera verdadera fiesta.
La sensualidad es importada, no se descubrirá un Kama Sutra originario. Ésta se infiltró en España desde Arabia, con atisbos y vaivenes a Latinoamérica el siglo XVII. Había concepción estética, se usaba cosméticos y existían patrones de belleza y el epítome, los ajllawasis (mujeres escogidas con destino diferente al de las vírgenes del sol). Pero no es cuestión de matiz es de grado, cuando se ve bailando a las morenas y su contoneo y se compara con el flamenco o el baile árabe es rudimentario, se mantiene el condimento femenino, el esfuerzo desaparece con las caporales. La coreografía de los bailes originarios no se cambia, estaba regulada, es más, reproduce el cultivo, la caza/encierros, la pelea (en el imperio de los incas -dos siglos- las fiestas eran obligatorias). El baile cojeado altiplánico es apisonar la semilla, la llamerada es arrear llamas, y el tinku, significa enfrentamiento y encuentro porque no existe diferencia entre baile y pelea. Todo está recubierto, y ya no es pátina, la grisura del tictac autómata se chifla. El acero de los casos se vuelve cuero curtido y el colorido transatlántico se adopta; los movimientos se hacen gráciles. Un baile con libreto, la diablada, y si Tío es una mala pronunciación de Dios, el bien y el mal utilizan máscaras y existe en los dos continentes. El diablo es universal, indio e hispano, y tienta todos los días. En sentido inverso, menos elaborado, en los caporales, con parafernalia festiva, se retorna a la coreografía regulada; no es siembra, caza, ni pelea, con ínfulas de moderno, es gimnasia aeróbica unisex.
Para entender una sociedad, el baile puede ser una buena muestra. Dos civilizaciones chocaron, la india y la hispana, después de la confrontación inicial, con o sin intención, se superponen o se mezclan. El inca ordenaba que se bailara en cadena, no se agarraban las manos, cogían una cuerda. En otros pueblos bailaban sólo los hombres, en otros sólo las mujeres, otros entrelazados. Prima facie, aquí se baila a lo indio y a lo hispano.
El autor es administrador de empresas.
Columnas de GUSTAVO L. QUIROGA MERCADO