Los nueve mártires
La vida está llena de curiosidades. En la etapa escolar, enseñaban el alcance de la palabra mártir bajo el entendimiento que la persona que recibía ese calificativo era aquella que moría o sufría grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones. Nos enseñaban entonces que Eduardo Abaroa Hidalgo fue siempre el paradigma y orgullo nacional cuando tocaba tratar la defensa del Litoral boliviano. Eso decía el profe de Historia con ahínco y vehemencia inusitada, textos incluidos. Aún recuerdo el sonrojar de sus mejillas y el tono vidrioso de sus ojos cuando abordaba el tema; “sí señor, decía, Abaroa fue un mártir, de esos que no son paridos con frecuencia y que de cuando en cuando aparecen para reverdecer el sentimiento patriótico y nacionalista de un país”.
Al evocar esas enseñanzas, contemplo su imagen y releo su frase célebre: “¿rendirme yo?, ¡que se rinda su abuela carajo!” Y como los del profe de Historia, mis ojos también se ponen vidriosos. Y pienso: un país leal con los hechos históricos no sólo crea a sus héroes y mártires, también los coloca donde corresponde. La historia, la que hace rica a una Nación, nos enseñó que Abaroa fue un auténtico mártir sin ritos ni lecturas políticas previas. No precisó decreto supremo ni la venia del partido para erigirse como tal. Y ahí está, (lo diviso desde el ventanal mientras escribo) impertérrito y audaz; con una aureola de valentía y sagacidad, que hace que los bolivianos nos nutramos de su ejemplo y sintamos orgullo por lo que supo darnos. Un mártir genuino (habrá otros con similares créditos) que si cruzó fronteras fue para pelear contra el enemigo; que nunca contrabandeó y menos participó de organización para cometer fechorías. Un mártir en toda su extensión. Como los hay en todo lado, sea por la lucha en defensa de la democracia y pensamiento; por defender creencias religiosas o territorio patrio en episodios bélicos.
Ahora bien, miremos lo coloquial de mártir. La palabra tiene varias acepciones. Una de ellas, reconocida por la RAE -—a quien en tiempos de revolución ya habrán calificado de colonialista y opresora semántica— es la persona que se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones.
Probablemente esa definición haya sido la que el Presidente utilizó para calificar a los nueve ciudadanos bolivianos detenidos en Chile como “mártires de la reivindicación marítima”. En este instante vuelco la cara (sigo cerca al ventanal) para observar a Abaroa, quien probablemente permanezca desconcertado por el calificativo.
Después de más de un siglo de haber sido el auténtico mártir de la lucha por la defensa del Litoral, han surgido nueve ciudadanos que en menos de cien días han pasado del anonimato a convertirse en referentes si consideramos el respeto y admiración que provoca un mártir. Incluido el chutero, de quien se dice —tendrán que probarlo— era el que conocía el camino clandestino y el que guiaba a sus pares.
A estas alturas, créalo, ya no me animo a voltear la cara para observar la reacción de Don Eduardo. ¿Qué de cierto habrá en todo esto? Más allá del repudio que provoca el trato que pudieron haber recibido en Chile, ¿los ciudadanos bolivianos estaban en cumplimiento de su deber?, ¿todos? ¿unos cuantos? ¿ninguno?
Termino aquí: fuera del exceso en el calificativo presidencial, provocado por el contexto de las relaciones con Chile, el cuidado que merece la palabra mártir va más allá de cualquier consideración o creencia, coloquial o no. Siendo así, puedo ahora y con tranquilidad histórica, mirar nuevamente por el ventanal.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS