¿Qué hacemos con la Policía?
El 18 de enero de este año, Cochabamba encendió la televisión o entró a los portales de periódicos y se encontró con una noticia recurrente en nuestra ciudad, la avenida Petrolera estaba bloqueada por los antivacunas-autoconvocados. Con un pequeño ápice de esperanza creímos que la Policía iría a desbloquear, preservando “el derecho a la libre transitabilidad” como ellos mismos argumentan cada que gasifican o retiran a quienes intenten hacer lo mismo en el centro o el norte de la ciudad.
Sin embargo, esto no ocurrió. Durante 14 días vimos una actitud permisiva de parte de esta institución que, en otras ocasiones, no duda en utilizar incluso agentes químicos en contra de mujeres. ¿Qué era diferente ahora? Me parece que nunca lo sabremos realmente.
Lo cierto es que el comandante departamental salió con varias “excusas” a decir que había mujeres entre ellos (como si eso los hubiera detenido alguna vez). Dijo que tenían explosivos artesanales y elementos peligrosos. Curiosamente, este mismo argumento se utilizó en otras oportunidades para capturar sin demora a otros ciudadanos. ¿Acaso la ley no es para todos?
Al parecer, no. Existen dos Cochabambas, como varios sociólogos muchas veces afirmaron y, asimismo, existen dos formas de actuar de las autoridades. Durante 14 días tuvimos que esperar a que la Policía se digne a desbloquear esa vía o quizás estaban esperando que la ciudadanía lo haga.
De hecho, los transportistas estaban bastante hartos de esta situación y optaron por bloquear la ciudad el 1 de febrero. La mejor medida que ellos saben asumir, pero es como pedir a gritos a alguien para que te deje de gritar.
Lo gracioso de la situación es que, mientras caminaba por la Muyurina ese día, encontré un grupo de Policías que resguardaba el puente para mantenerlo expedito. Me estoy riendo a carcajadas en este momento y en ese instante también lo hice. De nuevo me pregunté y me pregunto ¿Por qué ahí sí y con los otros no?
Imagino que la presión llegó al punto que no les quedó de otra que intervenir el bloqueo y detener a algunas personas. Pero ¿qué hay detrás de esa permisividad? Imagino que son órdenes superiores, que vienen de instancias están encima del comandante departamental.
Pero no solo estos acontecimientos me hicieron cuestionar la labor policial. Hace pocos días, en mi rutinaria navegación por Facebook, me encontré con la publicación de una amiga que contaba una experiencia terrible en la zona de la laguna Alalay. Ella mencionaba que fue a manejar bicicleta al lugar, como muchos otros, cuando se percató que la seguían.
Intentó acelerar, pero le jalaron la mochila que traía para intentar sustraérsela. Esto provocó que ella cayera y se lastimara, pero lo molesto del hecho es que había algunos policías cerca a quienes pidió ayuda y la respuesta que recibió es que ella no debía estar en esa zona sola. (Golpe en la frente).
Es lo mismo que decirle a una mujer que es su culpa ser violada por vestir una falda. Esta situación me llamó mucho más la atención, porque en los comentarios de aquella publicación, mucha gente le daba ánimos, pero también contaban experiencias similares en la zona o con la Policía. Entonces, ¿cuál es el rol de estos señores que deben garantizar la seguridad?
No sé qué está mal, porque aún lo sigo reflexionando, pero hay algo muy profundo que debe ser resuelto. No puede ser que existan denuncias de violaciones en celdas policiales, que la gente vaya a quemar la casa de un violador sin que un solo policía intente resguardar las posibles evidencias. No es posible que se condecore a un policía por hacer una buena acción que debería ser parte de su día a día, pero no. El bueno resalta mucho, porque, tristemente, es el diferente en el grupo. Entonces la pregunta es ¿qué hacemos con la Policía?
La autora es comunicadora social
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES