El populismo arcista
Fueron desafortunadas las declaraciones del presidente Luis Arce, en oportunidad de celebrarse ayer otro aniversario de la creación del Ejército. Tales expresiones, sin embargo, tienen el contexto del enfrentamiento entre el Gobierno no sólo con Santa Cruz, a raíz de la crisis del censo, sino inclusive con la corriente evista del oficialismo, que ha demostrado claras señales de división con respecto a las directrices administrativas de Arce.
Urgido, aparentemente, de dar señales de fuerza, Arce ha empleado la palestra castrense para formular un llamado a lo que considera la defensa de la unidad nacional: “El enemigo interno no descansa y pretende oponerse a las ansias de libertad de nuestros pueblos, mediante conjuras antipatrióticas que se expresan en intentos de división y separatismo”, dijo durante su alocución de la fecha. Además, en esa misma línea, ha asegurado que “el Ejército es, en esencia, el pueblo en armas, decidido a conquistar y defender la soberanía de su patria, incapaz de aceptar la dominación extranjera como un destino fatal” y que “no vacila ni vacilará en defender la heredad nacional, en combatir con energía y patriotismo cualquier intento interno o externo de poner en peligro la obra de creación de nuestros libertadores”.
Nótese el carácter abiertamente populista de las palabras de Arce, cuando alude a los uniformados como “el pueblo en armas” o se refiere a las “ansias de libertad nuestros pueblos”; las referencias al “pueblo” como autoridad que no admite atenuantes son recurrentes en la narrativa de los gobernantes de orientación populista, pues según los que han estudiado esta corriente política sus líderes necesitan hablar, frecuentemente en clave chauvinista, a nombre de lo que consideran “el pueblo” y, al hacerlo, pretenden que también lo hacen en nombre de la democracia.
En esencia, el político populista, según el teórico Federico Finchelstein, no sólo quiere actuar a nombre de lo que denomina como pueblo, sino que cree que su líder es el pueblo y que éste puede reemplazar a los ciudadanos en la toma de decisiones. Esto es esencial para un populista, que en el fondo busca el momento en el cual él mismo diga que encarna la voluntad del pueblo y que es su legítima voz; esto le permite asumir un liderazgo carismático y mesiánico, aunque en realidad el “pueblo” no representa más que a sus seguidores o votantes. Mediante esa operación de falsificar la realidad, el populista sustituye la representación política con la transferencia de autoridad hacia su persona, porque precisa una democracia más directa y autoritaria.
Para alcanzar sus fines, el populista también precisa enemigos, ya sea internos o externos, de tal modo que eso le permita presentarse como el paladín del pueblo contra las élites.
Hoy, en Bolivia, el “enemigo interno” del populismo es Santa Cruz, la región a la cual se identifica con la división y el separatismo por el solo hecho de haber pedido un censo oportuno y transparente, además de haberse propuesto una reflexión sobre sus futuras relaciones con el Estado, pero también tiene este perfil el evismo, ahora convertido en una corriente crítica y opositora al Gobierno. Es lamentable que el Comandante del Ejército, en un exceso de obsecuencia y de ausencia de criterio, se haya convertido en caja de resonancia y unido sin mayor reflexión a las prédicas populistas del arcismo.