
LA LUZ Y EL TÚNEL
La expresión completa es: que no entra a palacio. Aquí no hay ningún palacio al que ingresar, simplemente se trata de que el Tribunal Supremo Electoral cumpla su papel. El que le fija la Constitución y la ley: organizar, administrar y ejecutar los procesos electorales y proclamar sus resultados. Nadie más. El TSE como cabeza del Órgano Electoral, es decir el cuarto poder estatal.
Justo en el día que se cumplieron los plazos y se mostraron las cartas de los jugadores electorales nacionales tendré el descaro de no ocuparme del tema. No ignoro la importancia que tendrá en nuestras vidas que las elecciones se adelanten, posterguen o se realicen en las fechas estipuladas. También sé que ninguna de las candidaturas –peor las que quieren darle continuidad al régimen actual– está decididas a embarcarse en un rumbo de transformación real.
Grandes medios masivos internacionales, especialmente periódicos, agencias y televisoras, pregonan universalmente que la digitalización y el ascenso de las redes digitales amenaza su existencia. Los periodistas sienten además sobre su cuello el aliento de los avances de la inteligencia artificial.
La democracia boliviana funciona, en lo que funciona, sin partidos políticos. Empezó a manifestarse desde las elecciones nacionales de 2002, cuando reventaron las costuras de los partidos tradicionales ante el avance del MAS. Terminaban así los cerca de veinticinco años durante los cuales los partidos monopolizaron la representación política, combinando rasgos propios de organizaciones más modernas, características de la democracia plebiscitaria, con características de los antiguos partidos de notables, según el enfoque de Max Weber.
Ocurre durante los grandes espasmos históricos, cuando el desconcierto se desparrama con preguntas que se multiplican y dudas que florecen. Como lo vimos durante la pandemia en 2020; o cuando las guerras se esparcen y el clima se desborda arrollándonos. Ahí se multiplican los profetas, impacientes por anunciarnos lo que nos espera; casi siempre, calamidades incontenibles.
El repaso de las actividades de candidatos, representantes partidistas, miembros del Tribunal Electoral, analistas políticos, de titulares o editoriales de los principales medios de difusión y algunos de los productores de contenidos más conocidos en las redes digitales, muestra que todos ellos están sumergidos fervorosamente en una espesa nube de aires electorales.
La premeditada e incuestionable pompa imperial con que Donald Trump ha asumido su segunda presidencia, remedando a una coronación real, aspira a anunciar la inauguración de una época impensada y arrasadora para el mundo entero.
Después de tantos sinsabores y frustraciones, la oposición política boliviana saborea con deleite el impulso periodístico y político, expresado por los medios de difusión masiva y redes digitales, dirigido a centrar la atención general en las elecciones nacionales que se celebrarían en agosto próximo.
El resultado verdaderamente decisivo de la votación del domingo 14 de diciembre es la consagración del colapso del Tribunal Supremo Electoral (TSE) o, más propiamente, del Órgano o poder electoral del país. Lo ocurrido prueba que la próxima elección nacional será definida por el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), no por los electores, que determinará y sentenciará quienes serán los elegidos. El TSE será una figura ornamental para llenar formulismos.
El triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS) en las elecciones nacionales de 2014 le permitió sumar a su férreo control del Ejecutivo, dos tercios de los legisladores y con ello la elección de los candidatos a las elecciones judiciales de 2017. Ese control del Legislativo tenían que agradecerlo a la oposición que les obsequió la plaza, al no asumir que aquel era el campo real de disputa en ese momento.