La silla que le faltaba a Mesa
Entre Mesa coja y silla justiciera, obviamente me quedo con la última.
La vi extasiado, emocionado, absorto, en vilo: se elevó cual ninfa fatídica, cobró vida, levitó, giró sobre su propio eje por los aires, se alistó, tomó fuerza como un proyectil teledirigido y se estrelló sobre la testa dura de su objetivo.
Ahí tienes tu silla de plástico presidencial, impactando sobre tu realidad efímera, megalómana(o), pensé. Ahí está tu silla de oropel. A la que te aferraste sin pudores y vergüenzas. A la que le pusiste un propósito, un precio, un valor: herir de muerte a la libertad y a la democracia.
En su día, ese objeto noble que sirve para dar sosiego a las posaderas, cobró vida y te recordó que los tiranos siempre terminan envueltos en su propio líquido viscoso de la ambición y la codicia. Cada patriarca tiene su otoño. Cada tirano recoge las cenizas de sus banderas. A casa Chivo se le termina su fiesta.
Así de fugaz es el poder, casi como un pequeño orgasmo, diría Carlos Fuentes en su novela, La Silla del Águila.
La historia es la espada de Damocles que, tarde o temprano, cercena la cabeza del tirano. Es implacable e imprescriptible.
Tu retorno a la patria, sirvió para desvelar los secretos de las cuatro patas de tu silla presidencial sobre las cuales yacía tu feudo.
Primero. Si te idolatraban y te obedecían era porque te temían, te temblaban al solo pensar que, tarde o temprano, les llegarían las represalias por no hacer y decir lo que ordenabas.
Segundo. Sí, hay vida en tu partido después de tu partida. Clara muestra de eso es que ahora, tu propia gente te reclama libertad y democracia para elegir a sus propios representantes. Esos a los que jamás osaste dar poder de autogestión y de decisión.
Tercero. Tu poder estaba blindado con figuras nefastas que tomaron la democracia y al país por asalto. Tú y toda tu elite de dinosaurios, pertenecen a la época más nefasta de tu gobierno y de tu partido regado a lo largo de 14 años de encierro.
Cuarto. Perdiste casi todo tu poder, ese que utilizabas para darte lujos de jeque árabe. Para gastar dinero en elefantes azules. Para imponer tu dedazo, pese a todo. A pesar de todo. Tu poder, paradójicamente, fue tu caída.
Tu MAS-IPSP = 14, no solo reivindicó e instituyó el partido único, el caudillismo como forma de imponer el orden y el control absolutos a sus leales, sino también, transformó todo ese esquema subversivo en un “modelo” político y económico que hasta ahora continúa vigente. Subvertiste el orden y los conceptos clásicos de sociedad, ética, política, revolución, desarrollo, verdad, libertad, cultura, gobierno y Estado y, desde esa posición, vendiste la idea de ser un personaje insustituible y casi una vaca sagrada.
Si en política, la ética y la moral son conceptos peregrinos o, cuando menos, ofrecen, amablemente, la opción de suprimirlos o ignorarlos, contigo, esos conceptos se afianzaron rápidamente en los altos mandos, medios y bajos sectores sociales. Estos últimos, eran los que hacían el trabajo sucio que todo caudillo autoritario acoge como regla de oro para preservar su investidura, su gobierno y su poder.
“Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor”, aconseja el exquisito Maquiavelo.
En retrospectiva, a estas alturas del partido, con tu fuga épica, la derrota estrepitosa y estúpida de la “oposición” en las elecciones del 18 de octubre, con pandemia incluida y tu retorno pírrico sin pena ni gloria, también desvelamos que toda silla díscola siempre tiene su mesa tembleque, enclenque, fría, pusilánime.
Esa silla endiablada que voló por los aires y se estrelló en su objetivo más preciado, era la que le hacía falta a la mesa en la que gran parte del pueblo había puesto sus cartas. Una silla impulsada por sus convicciones que llevará valentía y renovación.
No importa el color de la silla, con tal de que impacte en la cabeza del tirano, diría mi abuelo.
Los caudillos siempre son eventuales. Su poder termina cuando comienzan a sonar con fuerza las voces de sus captores. Esa es una profunda alegría y tranquilidad relativa para los nuevos tiempos que se avizoran. Empequeñecido y minúsculo. Tu dedo índice se convirtió en meñique. El levantamiento de las sillas en manos de los que te dijeron basta es el mejor termómetro para medir el grado de tu intransigencia de seguir insistiendo en recobrar terreno perdido. Tus huestes se encabronaron de tanta obediencia e intimidación. Se rebelaron y se convencieron de que la libertad de expresión, la democracia, el libre albedrío, el disenso y la autogestión son verdaderos, ahora sí, instrumentos políticos que armonizan la convivencia social y producen el cambio político.
¡Tú, como caudillo, fracasaste!
En 1945, el gran George Orwell publicó su novela satírica, Rebelión en la granja. Una metáfora genial que bien puede acomodarse a la fábula que te está tocando vivir como poscaudillo. En la novela, un grupo de animalitos de la granja se rebela contra la opresión y el despotismo de los humanos y deciden expulsarlos del lugar, a cambio, instauran otro régimen de poder y tiranía.
¡Vaya paradoja!
Ojalá, la silla díscola, no solo haya impactado en tu cabeza para reivindicar las libertades y reformatear tu disco duro, sino también, en las de todos los que te adulaban y te amarraban los cordones de tus zapatos, para que estos, verdaderamente, reivindiquen, con justicia, la democracia y la libre gestión y no crear otro régimen de terror, incluyendo al Gobierno de Luis Arce Catacora, se entiende.
La fortuna política es como un largo orgasmo. ¡Muy cierto! Pero también es como una montaña rusa, subes y bajas y, en cualquier momento, te vas de hocico.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.