¿Reinventar el pasado o construir el futuro?
En seis meses de gobierno, la administración Arce estuvo empeñada más en reinventar el pasado que en construir el futuro.
En efecto, el aparato de propaganda del oficialismo buscó, obsesivamente, crear un relato paralelo a la realidad de los hechos económicos. La ficción ideológica supone que hasta el año 2019, antes del supuesto golpe de Estado, la economía boliviana estaba muy bien y caminaba rumbo al desarrollo. Y de repente, “de la nada”, como dicen mis estudiantes, en 11 meses se produjo la vuelta más eficiente y rápida del neoliberalismo, en la historia.
En menos de un año se destruyó lo que se hizo en 14. La fortaleza económica construida, de un soplido, fue dejando en escombros por un lobo chapucero. Al parecer, el templo pétreo de la revolución no pasaba de una casita de cartón, del chanchito menos listo del cuento infantil. Ah, de pasadita, en el medio de la arremetida de los satucos seguidores de la mano invisible, hubo una pandemia y cuarentena mal gestionada. Pero poca cosa. Recuperado el paraíso del gobierno, el objetivo central de la política económica es simplemente restablecer el modelo primario exportador coquetamente denominado: Modelo económico, social, comunitario y productivo (MESCP).
Vamos por buen camino. La vieja normalidad se restablece. Suben las exportaciones, aumentan los impuestos, se incrementan los salarios por encima de la inflación y el crecimiento económico estará por encima del 4% en 2021. Látigo y cárcel a los profanadores. Pulidos espejos para los maquinistas, el tren volvió al carril del desarrollo. Resta tan sólo llamar al ajayu de la revolución. Con el pañuelo rojo agitando en el aire: “vente, vente compañerito, no fue más que una pesadilla”.
Mientras en las sagradas páginas de la historia comienza a imprimirse la épica expulsión del maligno, haciendo suspirar a los nobles corazones de los jóvenes del proceso de cambio, la caprichosa realidad de los hechos cuenta otra historia. No se trata sólo de un mal pedo impulsado por el “golpe”. Un bad trip que se cura con un fricacho. El extractivismo distribucionista hace aguas. La crisis no comenzó hace un año. Los problemas se iniciaron, por lo menos, en 2014. Papel y lápiz, por favor. Ese año, las exportaciones caen en casi 30% de su valor y la economía boliviana acumula sistemáticos déficits comerciales año a año. Para atenuar esta tremenda gotera externa se aceptó un déficit publico elevado, el 6,9% del PIB, entre 2014 y 2019. Y aquí no vale apelar al cuento chino de que se trataba de un déficit fiscal bueno que se convirtió en malo, con la llegada de Áñez al poder. No waway, se dispararon el gasto ineficiente y la inversión pública en elefantes azules.
La sacrosanta inversión pública también comienza a caer antes de la llegada de los “wampiros” neoliberales. La inversión pública comenzó a reducirse en 2017. En el año 2016, se alcanzó el zenit: 5.065 millones de dólares ejecutados. La inversión estatal se multiplicó casi por seis. Subió en un 476% en los 10 años anteriores. Pero en 2017, esta variable bajó a 4.772 millones de dólares y en 2018 la inversión se contrajo a 4.458 millones. En 2019 alcanza tan sólo a 3.769 millones de verdes. En 2020, en la gestión de Áñez, esta variable se desploma y llega a 1.784 millones de dólares.
Similar trayectoria se observa con las reservas internacionales (RI) del BCB que, en 2014, llegaban 15.122 millones dólares. A partir de 2015, esta tendencia positiva se revierte y las RI comienzan a disminuir. En efecto, entre ese año y 2019, cuando gobernaba el presidente Morales, las RI disminuyeron en 8.655 millones de dólares. Bajaron de 15.122 millones en 2014 a 6.467 en 2019. Esto equivale a una reducción, en promedio anual, de 1.731 millones. Por mes 144 millones y por día, 4,5 millones de verdes. Entre 2020 y el primer bimestre de 2021, las RI disminuyeron en 1.578 millones.
Y tal vez la variable más preocupante, la desaceleración del producto interno bruto (PIB) comienza en 2014. En efecto, en 2013 el crecimiento del producto fue del 6,8%. En 2014, el dato llegó a 5,46%. En 2015 se alcanzó al 4,8%. Y entre 2016 y 2018 el incremento del PIB estuvo en torno del 4% cada año. En 2019, antes de la salida de Morales el crecimiento del producto era del 2,2%. Así que dejemos de contarnos películas de vaqueros vengadores. Venimos cuesta abajo en la rodada hace muchos años.
Sincerar el diagnóstico y evitar el delirio ideológico ayuda a entender que no es posible ni deseable volver a la vieja normalidad. Con el modelo primario exportador rentista no llegaremos muy lejos.
En suma, debemos reconocer que enfrentamos una crisis sistémica, multidimensional y sumamente compleja de lidiar y no un accidente coyuntural. Y que este es un tiempo de líderes visionarios, tanto del sector público como privado, que entiendan que enfrentamos “un desafío histórico, donde simultáneamente, deben manejar la crisis de corto plazo mientras construyen el futuro”.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.