La defensa de la libertad
seguramente debo ser uno de los muy pocos que guardan profunda convicción de que el mundo sería mejor sin la existencia del Estado, que es la causa mayor de la infelicidad de los pueblos.
Pero, paradójicamente, en realidad casi todos somos “anarquistas”, es decir negadores del Estado, porque quién no protesta y reclama contra sus abusos abominables, ilimitados y permanentes —empezando por el terrorismo de Estado— hasta el pillerío grande y de poca monta que ejecuta, de ahí que muchos digan que el anarquismo más que ser una ideología es un profundo sentimiento de justicia viviente en cada persona.
Esta concepción, aplicada al caso boliviano, viviendo bajo la aborrecible férula estatal, nos hace ver que el bien mayor de la humanidad: la libertad, está en peligro, esa libertad que aunque retaceada, así debilitada existe aun miserablemente, pero existe. Hay una necesidad suprema de defenderla contra todo tipo de totalitarismos, sin libertad no somos nada, estamos reducidos a ser los esclavos de la modernidad y con ello a perder todos nuestros derechos, nuestra capacidad de seres humanos libres.
En las próximas elecciones se decidirá sobre nuestra libertad, y se la podrá salvar, así sea restringida, siempre que todos los adversos a los conculcadores de nuestros derechos se unan.
Si bien puede ser importante la figura de quienes candidateen a la presidencia y vicepresidencia de la nación, lo importante es que fuera del programa que se proponga, quien encabece esa candidatura debe tener el suficiente tino para saber escoger bien a sus acompañantes.
A pesar de todas las desdichas sufridas, existen aún personas respetables por su decencia, su honorabilidad, su alta competencia profesional, quienes deberían ser los acompañantes en la fórmula. Solamente con esta clase de gente altamente competente se podría hacer buen gobierno.
Sería un craso error elegir de acompañantes a gente conocida solamente por su popularidad rústica, que suele ser torpe, ignorante, carente de ciencia y conciencia, con traumas racistas, regionalistas, personas renegadas, resentidas y plagadas de ambiciones personales mezquinas. Los militantes del partido deberán valer por su capacidad técnica o científica y su moralidad, no por su servilismo. Los amigos deben quedar “como amigos”… al margen. Igualmente los familiares.
Lo grave de esta situación no radicaría sólo en que tal candidatura pierda en las elecciones, sería también desastroso que triunfe, porque con personas inadmisibles como las descritas se haría imposible la reconstrucción de la república, tarea gigantesca que exige alta idoneidad y sobre todo acrisolada honradez.
Se requiere de gente que se respete a sí misma, que sepa tener vergüenza, que sepa pedir disculpas, que se presente tal como es, sin caretas ni disfraces.
En fin, la calidad del candidato a la presidencia será reconocida de antemano por las personas que lo acompañen.
Vale el refrán: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA