Purgar a los infiltrados en la oposición
Es urgente que los partidos de oposición abran los ojos ante la creciente presencia de infiltrados que, bajo el disfraz de simpatizantes, buscan debilitar desde adentro cualquier intento serio de construir una alternativa real al oficialismo. No solo se trata de operadores encubiertos del masismo, sino también de personajes reciclados de viejas estructuras partidarias —del ADN, MNR, MIR, PDC, entre otros— que, tras varios lustros en la sombra o sin haber gestionado poder, hoy resurgen en busca de curules, ministerios o al menos un espacio en la burocracia estatal.
Ambos perfiles —el infiltrado y el oportunista— representan una amenaza real y palpable para los proyectos opositores. Algunos incluso están dispuestos a financiar campañas a cambio de un lugar privilegiado en las listas o en el reparto de poder. La historia ya nos dio un ejemplo claro con el caso de Víctor Gutiérrez, Santos Paredes Mamani y Margarita Del Carmen Fernández, en ese entonces exmilitantes de Unidad Nacional y ahora masistas, que traicionaron al precandidato Doria Medina y causaron fisuras en el bloque opositor, siendo estos, parte del sindicato perverso que orquestó el recurso ante el TCP que habilitó la repostulación de Evo Morales en la fraudulenta elección general de 2019. El paso de Gutiérrez por las filas del partido de Reyes Villa no debe ser olvidado, entonces no es novedad que los opositores conozcan a los infiltrados, y tampoco resultaría extraño que omitan su deber de purgarse de esos réptiles.
Entonces, cabe preguntarse si los activistas y simpatizantes opositores serán realmente la clave para derrotar al masismo en las próximas elecciones. Todo indica que no, al menos no si la oposición sigue permitiendo que la discordia y la desconfianza germinen en su seno.
La situación se vuelve aún más preocupante al constatar que muchos militantes del MAS continúan siéndolo en los registros, sin haber presentado su renuncia formal. Ironizando diría que “los masistas eran un millón y pico, ahora son un millón más uno”. De las renuncias anunciadas por los evistas, apenas unas 500 se concretaron, lo que revela una estructura partidaria dividida en el campo de juego, pero unida en la gradería. Y ese es un peligro real para el futuro de Bolivia.
Mientras tanto, en las asambleas de nuevos simpatizantes opositores ya se oyen voces que prohíben alianzas entre candidatos, saboteando el único camino viable para enfrentar con éxito al oficialismo que es la unidad. ¿Quiénes están detrás de estas voces? Los infiltrados y los ambiciosos de siempre, aquellos que solo buscan su tajada del poder, aunque la victoria aún quede lejos.
La misión clara de estos infiltrados es dinamitar cualquier intento de cohesión opositora. Y lo más grave es que muchos precandidatos lo saben, pero guardan silencio, quizás por complicidad, o por miedo a perder el respaldo de quienes hoy ya se reparten ministerios imaginarios.
Esta película ya la vimos durante el breve gobierno de Jeanine Áñez cuando los ambiciosos promovieron en cuestión de horas el reparto de cargos, sin ocultar sus ambiciones desmedidas y la nula visión de país. Hoy, algunos ya se sienten ministros sin haber ganado siquiera una elección.
Lo sensato sería que los simpatizantes de los distintos frentes opositores presionen para construir consensos, promover alianzas y garantizar la unidad de cara a las elecciones. Pero no parece ser ese el rumbo. Hay saboteadores que destruyen los puentes y protagonistas que ya parten la torta sin siquiera haber batido los ingredientes básicos.
Es hora de un proceso de limpieza interna, de identificar a los infiltrados y a los operadores que actúan en función de intereses personales, más interesados en cuotas de poder que en una verdadera transformación política. De lo contrario, el partido de gobierno volverá a hacer lo que mejor sabe que es mantener la disciplina interna y dividir a la oposición.
Ignorar las múltiples voces que claman por unidad no es solo un error estratégico sino un crimen político, lo que es peor. La lógica es simple y contundente a la hora de afirmar que donde no hay unidad, siempre reinará la división; y la división conduce, inevitablemente, a la derrota.
Columnas de MARCELO GONZALES YAKSIC