La oposición no distingue una papa de una wiphala
La fragmentación de la oposición boliviana parece hoy más irreversible que nunca. Sin embargo, no es solo producto de intrigas internas, precandidaturas fallidas o egos sin rumbo. Su mayor debilidad radica en una desconexión profunda con el mundo rural, ese que ha sido históricamente ignorado y hoy este tema vuelve a quedar fuera del ideario del bloque de unidad.
Con Jorge Quiroga prácticamente fuera del juego político y Samuel Doria Medina sin lograr integrar a los sectores campesinos en su estrategia de unidad, el bloque opositor se muestra desorientado. A esto se suma la incertidumbre de un masismo que, aunque dividido en varias alas, mantiene influencia sobre una base rural que la oposición no ha sabido conquistar.
La fotografía que circula en las redes del bloque de unidad es reveladora. Destacan unas dos docenas de personas vestidas a la usanza citadina, con escasos representantes del campo. Apenas un par de ponchos rojos reflejan una ausencia evidente de diversidad territorial. Sin rostros del área rural en eventos clave, la supuesta unidad opositora se tambalea.
Mientras tanto, los masistas siguen haciendo lo que mejor saben que es hablarle al campo. A veces con discursos, otras con bolsas de cemento, y otras con lo que haya. ¿Fraude? Puede ser. ¿Clientelismo? También. ¿Efectividad? Absoluta. Porque a diferencia de la oposición, ellos al menos entienden el tablero que están jugando, aunque exista el rumor confuso de que “el voto del campo vale más que el de la ciudad”.
Los intentos de los precandidatos por “reconquistar” las provincias se han limitado a visitas breves, reuniones que no duran más que el tiempo necesario para compartir un plato de comida. Muy lejos de representar un esfuerzo serio por construir una fuerza electoral sólida en el ámbito rural.
Superar esta debilidad será un reto monumental. Aun si Quiroga decide volver al redil opositor organizado, lo haría con un grupo reducido, más parecido al cuadro bíblico de la Última Cena que a una coalición política viable. Peor aún, sectores de la oposición parecen estar más interesados en venganzas internas que en construir un proyecto serio; y hay quienes, por resentimiento, preferirían facilitar la permanencia del masismo antes que aceptar un liderazgo distinto al propio, como es la opción de los alcaldes de Cochabamba y Santa Cruz.
En lugar de berrinches y pugnas, es momento de volver a lo esencial, señores, hay que escuchar al pueblo, tender puentes entre campo y ciudad, y presentar propuestas auténticas de unidad. Porque las elecciones se ganan con votos, y en Bolivia, ese voto clave es el del campo. Así lo ha demostrado el MAS durante más de dos décadas, incluso a costa de irregularidades y fraudes.
Hasta ahora, ningún candidato opositor ha conseguido sellar alianzas significativas con comunidades rurales. Las visitas, cuando existen, se reducen a contactos con líderes corruptos que venden apoyos comunitarios por migajas. La verdad es dura y duele, y va en el sentido de que la oposición, además de estar dividida, tiene una gran deuda con el mundo rural.
Si realmente quiere disputarle el poder al masismo, la oposición debe mostrar, con hechos, que ha roto su burbuja urbana. Eso implica construir alianzas genuinas en las provincias, en las comunidades indígenas, en el corazón del país que hoy sigue siendo territorio masista.
A medida que se acercan los plazos para el cierre de listas, los precandidatos tienen que demostrar una voluntad real de unidad, acompañada por el respaldo de cientos de miles de campesinos. Si no lo hacen, el destino del bloque opositor será el mismo, absorbiendo otra derrota seguida de otro ciclo de poder masista.
Y si Doria Medina continúa concentrando su campaña en las ciudades, obtendrá los mismos resultados de elecciones pasadas. Quiroga, por su parte, deberá superar la sombra de sus antiguos operadores oportunistas. En cuanto al candidato Dunn, su perfil aristocrático está totalmente desconectado de la política rural, dominada hoy por un masismo radical.
Muchos quieren parecerse a Milei, Musk o Bukele, pero la política boliviana no se libra en Tik Tok, X, Facebook o Instagram, en opíparos banquetes ni en conferencias. El verdadero desafío está en el campo, con una población históricamente manipulada por el mejor postor. Y hoy, una vez más, parece que el masismo está mejor preparado para ese juego.
Columnas de MARCELO GONZALES YAKSIC