¿Réquiem de una causa nacional?
La derrota en La Haya fue un duro golpe para la demanda marítima; uno más de los funestos legados del MAS. A tal punto es así que nada menos que en el bicentenario de la independencia, cuando se podría esperar que se resalte nuestra condición, al nacer, de nación marítima y renovar nuestra intención de volver a serlo, el silencio de aquellos más llamados a hacerlo es sepulcral. ¿Fue la derrota en La Haya mortal para nuestra causa?
Enmudecen aquellos que otrora defendían nuestra demanda marítima a capa y espada, siendo el que más se destaca el expresidente Carlos Mesa. Eminentes expertos en política exterior y altos funcionarios, como por ejemplo Gustavo Fernández, canciller en el gobierno que obtuvo la mayor victoria diplomática ante Chile en la sesión de la OEA en 1979, callan. Ni que decir de los precandidatos, es como si para ellos la principal cuestión de política exterior de Bolivia no existiera.
En el bicentenario de Bolivia, y a 146 años de haber perdido nuestra condición de país con acceso soberano al mar, al menos deberíamos intentar, en un gran debate nacional, más aún con elecciones a la vuelta de la esquina, definir como país cual es la voluntad nacional sobre nuestra demanda marítima.
El país enfrenta tres opciones. La primera es proponerse obtener una salida soberana al mar. La segunda opción es dar vuelta la página y aceptar como un fait accompli nuestra pérdida de acceso soberano al mar. La tercera es el reclamo estéril y vacío de contenido.
Desafortunadamente, lo más probable es que se escoja la tercera opción. ¿Seguiremos, como hasta ahora, reclamando algo que no tenemos la voluntad, ni la paciencia, ni la capacidad, ni el coraje, ni la resistencia de intentar lograr? ¿Se seguirá usando el tema para fines políticos locales, para su uso demagógico por dirigentes políticos populistas, y también no populistas, de una manera ignorante, cínica o superficial? ¿Será posible otro destino para nuestra causa marítima?
Para determinar si otro destino es posible o deseable habría que responder dos preguntas. La primera es si una salida soberana al mar es de suficiente valor como para que valga la pena sobrellevar los costos que muy posiblemente se darían de adoptar una estrategia que tenga una probabilidad razonable de tener éxito, pudiendo el costo ser de magnitud mayor al costo del juicio en La Haya.
Es difícil mantener que una salida soberana al mar no es de enorme valor para un país. Estudios de NNUU demuestran que el desarrollo y bienestar de países sin litoral propio es menos que sus pares que sí lo tienen. El destacado economista Jeffrey Sachs ha calculado que el PIB de Bolivia es sustancialmente menor al no tener acceso propio al mar. Volver a tenerlo significaría revertir esa situación, con el consecuente mayor crecimiento, desarrollo y bienestar material, sin que esto tenga que depender de un boom pasajero de exportación de materias primas como ha sido nuestro destino en el pasado. Un acceso daría réditos al país mientras el país exista.
Si bien el valor material de una salida soberana al mar es indudable, el valor psicológico, anímico y moral, al menos a corto plazo, sería aún mayor.
Bolivia no se caracteriza por victorias en general. Perdimos todas las guerras que sostuvimos. Es el país de mayor tamaño que, desde que empezó a competir en las olimpiadas en 1936, nunca ganó una medalla. Seguimos siendo el país más pobre de Sud América.
Por eso es que el país celebra las pocas victorias deportivas, como clasificar al mundial o ganar torneos a nivel internacional en ráquetbol. Todos los países naturalmente lo hacen, pero Bolivia lo hace como si fuera agua en el desierto. Es por eso que, de lograrse una salida soberana al mar, el efecto positivo en el ánimo y espíritu nacional seria incalculable.
La segunda pregunta es si es razonable pensar que se podría tener éxito en lograr una salida soberana al mar. Para responder esta pregunta hay que considerar no sólo la posición actual de Chile; esta no siempre fue la misma.
En los años posteriores a la Guerra del Pacífico Chile juzgaba que no se podía dejar a Bolivia sin salida al mar, por lo cual entretuvo diferentes opciones para que Bolivia siga teniendo un acceso propio, aunque más adelante primó la prepotencia del ganador y la imposición del tratado de 1904.
Después de la Segunda Guerra Mundial, posiblemente bajo la influencia estadounidense y el terrible costo de reivindicaciones territoriales que dieron lugar a esa guerra, nuevamente asomó una tendencia que hacía avizorar una apertura de Chile para contemplar una salida soberana al mar para Bolivia. Las notas reversales de 1950 entre Chile y Bolivia para iniciar una negociación que haga posible una salida soberana al mar así lo demuestran.
La tercera ocasión fue con la negociación Banzer Pinochet, 1975-76, cuando el Chile de Pinochet se vio rodeado de tres vecinos hostiles que tenían, en mayor o menor grado, reivindicaciones territoriales, en un momento en que Chile se encontraba muy dividido después del derrocamiento del gobierno de Allende y por tanto particularmente vulnerable.
Esos episodios nos hacen pensar que la posición chilena, si existen suficientes presiones, por un lado, y alicientes, por otro, es susceptible de cambiar. En otra ocasión analizaremos el cómo, después de haber decidido el qué, pero el reto está dado.
El autor es economista
Columnas de CARLOS GUEVARA RODRÍGUEZ