
DE - LIRIOS
Señores humanos/as:
Sé que para muchos de ustedes apenas soy un pinche árbol. Sin embargo, su ciencia ya estableció que los árboles no sólo sentimos, tenemos lenguaje o conciencia, sino que hasta nos ayudamos, los árboles sanos compartimos nutrientes con los enfermos, establecemos amistades, feroces competencias, tenemos memoria y noción de nuestro entorno y hasta “amamantamos” a nuestros hijuelos. ¿Sabías que nuestras “madres árbol” nos alimentan pasándonos azúcar y nutrientes mediante sus raíces?
Ayer, mientras observaba un nido de hormigas, no pude dejar de pensar en lo similares que nos veríamos los seres humanos si un gigante nos percibiera desde las alturas. Ajenas a mi expectación, las hormigas continuaban abstraídas en sus labores y se tambaleaban al sacar cuidadosamente de su morada residuos que depositaban lejos del hormiguero.
Es importante recalcar de dónde proviene la idea de “desarrollo” dominante en América Latina, aunque suene a obviedad.
La mayoría de los Estados latinoamericanos heredaron las estructuras coloniales y nacieron sumidos en modos de producción esclavistas y/o feudales en los que la mayor parte de la población era explotada sin tregua, violada y humillada. Menos se los reconocía como sujetos de mínimos derechos civiles y políticos y ello nos incluía a nosotras, las mujeres. Esa fue la característica del siglo XIX y parte del siglo XX.
En 2017, el Gobierno Municipal de Cercado publicó el Plan Maestro de Forestación y Reforestación para el municipio de Cochabamba, cuyo diagnóstico sobre la cobertura arbórea de la ciudad arrojó estos terribles datos:
Cada vez que veo un manchón de fuego hiriendo el Parque Tunari. O que me llega una imagen de animales calcinados en los incendios de la Chiquitanía, el Chaco o la Amazonía.
Cuando me entero sobre empecinamientos gubernamentales en mamotretos de cemento que sacrificarán árboles o en tranvías que apuntan contra el agonizante ecosistema del río Rocha. Cuando peligran los hermosos bosques de algarrobos de Tiataco y de Capinota.
Generalmente, y con muy pocas excepciones, las estatuas en espacios públicos representan un simbolismo militar, de poder y de conquista. Suelen consagrar a los “ganadores” de las guerras, a genocidas “conquistadores” de territorios arrasados, a prosaicos esclavistas, a tiranos que medraron de sus cinco minutos de poder. La ecuación es simple: Si tienes poder = el poder se te sube a la cabeza = te levantas una estatua y mejor todavía si le haces una a tu mamá, abuelito, tío, esposa y amante.
¿Algunos (tórridos) ejemplos al respecto?
¿Se han preguntado por qué en Bolivia son tan frecuentes los elefantes blancos, esas obras ostentosas y millonarias que, luego de inauguradas en forma escandalosa y demagógica, no sirvieron para mucho, se cayeron o fueron destinadas a fines que nada tenían que ver con la planificación inicial?