Manfredo Kempff: “Mi edad me llama a expresarme a mi aire”
El novelista, columnista y diplomático Manfredo Kempff Suárez (Santa Cruz, 1945) ha presentado su nueva novela, El hijo de Agustina.
El autor de Luna de locos y Margarita Hesse, entre otras obras, afirma que se siente más cómodo como novelista que como creador de cuentos. En este diálogo con OH!, habla de su nueva creación literaria, pero también del conjunto de una obra que lo ha transformado en uno de los principales narradores contemporáneos del país.
-¿Cuál es el título y el argumento de su nueva novela?
La novela titula El hijo de Agustina y en el fondo no tiene mayor simbolismo, no hay nada escondido. Es la historia de un camba chiquitano, Carmelo Surubí Charupá, que, por azares de la vida, es contratado como camarero por el embajador de Bolivia en Berlín, cuando corría el año 1938. Por supuesto, que solo dominaba su lengua nativa, el besiro, y también el español, así que su primer problema fue el idioma. Sirve esmeradamente en la embajada, goza de la amistad del jefe de Misión y pasa parte de la guerra en relativa tranquilidad. Pero una vez que Bolivia rompe relaciones con el Reich y el embajador es expulsado, Carmelo tiene que sobrevivir. La novela cuenta los peligros y los sacrificios a los que tuvo que someterse este hombre ajeno al conflicto mundial. Su inteligencia, coraje y arrojo que tiene le sirven para superar los peores riesgos.
-Escribir una novela es mentir con conocimiento de causa, dice Vargas Llosa. Su nueva novela, ¿tiene aspectos autobiográficos? ¿Recoge vivencias que vale la pena reconstruir?
Es cierto lo que dice Vargas Llosa. Afirma, además, que una novela no es más que una historia bien contada. Pienso que siempre hay algo de autobiográfico en lo que se escribe. Esta no es una excepción. Sin embargo, todos los personajes son inventados, salvo, como es natural, las personalidades y los hechos históricos de aquellos años dramáticos en Europa y en el mundo. No viví ese tiempo, por supuesto, así que vivencias personales no existen. Lo que sí quedan son las lecciones de lo que fue una guerra brutal, sangrienta, que no dejó piedra sobre piedra en muchas ciudades. Pensábamos todos que la Guerra Fría era el final de las guerras calientes, pero nos hemos equivocado. Lo que sucede con la invasión rusa a Ucrania se asemeja en mucho a los bombardeos y masacres de civiles que sucedieron a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Mientras escribía la novela estaba muy lejos de pensar que por los mismos caminos que atravesaron los ejércitos de Hitler y de Stalin volverían a matar los blindados y los cañones.
-Su nueva novela, ¿tiene un vínculo, manifiesto o latente, con Luna de locos o con Margarita Hesse? ¿O con cuál de sus novelas encuentra usted una continuidad? ¿O hay una ruptura?
No existe ningún vínculo manifiesto con Luna de locos, aunque sí hay un parecido cuando Carmelo Surubí cuenta sobre su vida en el campo chiquitano. Una vida miserable, en la que el patrón era dueño de vidas y haciendas y los peones, sus mujeres e hijas, la carne de cañón, disponibles al capricho del amo. No existe continuidad con ninguna de mis novelas anteriores, pero por el tema que trata (episodios de la guerra mundial) podría tener alguna relación con El águila herida, libro que data de hace casi 20 años, editado por Alfaguara, pero poco conocido en Bolivia pese a que hubo dos ediciones.
-La política no ha estado ausente de su escritura, como en Hombres de papel, por ejemplo. ¿Tiene la nueva novela relación con la actualidad política del país?
Hombres de papel ha sido, seguramente, la única novela de política nacional que he escrito, de más de diez obras que tengo publicadas. La escribí en un momento en que yo, personalmente, estaba sumergido en la política, saliendo del embrollo de una participación partidaria muy compleja. ¿Por qué no he escrito más novelas con protagonistas políticos criollos? Creo que se debe a que sufro escribiendo semanalmente artículos políticos y que me relajo, y me entretengo escribiendo novelas. Lo primero son hechos concretos que están ahí, pidiendo explicaciones; lo otro es imaginación, creatividad, y es, en cierta forma, arte. Mas si sumamos páginas, he escrito infinitamente más sobre la política nacional que sobre temas literarios, todo lo contrario de lo que hubiera deseado.
-En Los violadores del sueño, en cambio, ingresa usted en la cultura menonita como un cronista para construir un relato, ¿la nueva novela también revela su vena periodística?
Las violaciones en Manitoba me conmovieron. Me pareció que la sociedad no le daba mayor importancia a un hecho realmente salvaje. Fue entonces que decidí marchar a las colonias menonitas (Manitoba, principalmente) y buscar la verdad de los hechos, que a mí, sin ninguna pretensión puritana, me parecieron terribles. Entrevisté a algunos varones (ninguna mujer me respondió nada), visité en la cárcel de Cotoca a los violadores, asistí a las audiencias de violadas y violadores en la Corte y tuve la ayuda del fiscal del caso, que me facilitó el expediente del juicio. En base a todo eso escribí una novela brutal, pero, que, en el fondo, si se sabe la verdad de los hechos como los supe yo, no fue un trabajo exagerado ni alarmista. Nunca pensé en hacer una crónica sobre el tema, pero en realidad la novela tiene mucho de eso, de periodismo investigativo. En el caso de El hijo de Agustina no hubo actividad periodística alguna por supuesto, pero sí lecturas sobre esos años dramáticos en Europa.
-¿Cuáles son sus etapas como novelista?
No he sido muy disciplinado para escribir novelas, más bien anárquico. Empecé con Luna de locos, porque una tarde echados en las hamacas con mi madre le dije que deseaba escribir algo sobre la locura. Así apareció mi primera novela. Luego escribí Margarita Hesse, con un tema totalmente distinto, aunque tiene que ver con cierta demencia también. Y regresé con Sandiablo a la novela camba, que la escribí de un tirón, sin respirar. Luego han venido otras obras con argumentos diversos, como Confesiones Inconclusas sobre la pedofilia, Los violadores del sueño, Las extravagancias de Mariona sobre el sexo y la vejez, El escrito sobre el robo intelectual y ahora El hijo de Agustina. No he tenido etapas marcadas, no he seguido la moda literaria, escribo cuando deseo, cuando hallo un tema que me gusta, pero nada más. No estoy con la moda, porque, además, mi edad ya me llama a expresarme a mi aire.
-Como columnista, es usted un agudo crítico del poder; ¿encontramos también en la nueva novela algo de esta faceta?
Fui critico de este régimen desde que se instaló en el 2006, pero antes ya escribía en los periódicos alertando sobre el peligro que significaba Evo Morales para el país. Es decir, que yo me opuse al MAS desde el primer día y a Morales desde antes de que fuera candidato. Mi actitud no ha variado porque el MAS no ha progresado y, por el contrario, cada día comete más errores y se torna más abusivo. Lo que hace ahora con la expresidente Jeanine Áñez, conspirando oculto detrás de las sillas de los jueces, es de una cobardía inaudita que la va a pagar tarde o temprano. En esta novela, por transitar en años tan lejanos, no me refiero a esta etapa triste de la historia de Bolivia.
-¿Se siente más cómodo como novelista o como cuentista?
En el fondo no soy cuentista. Tengo algunos cuentos dispersos, pero la novela es lo que me entusiasma. Dicen que el cuento es más difícil que la novela y que hacer un buen cuento muestra la vena literaria de un escritor. Existen muy buenos cuentistas en Bolivia, algunos que realmente trascienden del espacio nacional. Yo, lamentablemente, no soy parte de ese conjunto maravilloso.
-¿Cuáles son los proyectos literarios de Manfredo Kempff?
Tengo varios temas que ya están, por lo menos, en mente. Me gustaría novelar sobre dos grandes cruceños: José Manuel Mercado (el “Colorao”), héroe de la independencia, o sobre don Nicolás Suárez, otro personaje extraordinario que salvó para Bolivia una gran parte de lo que hoy es Pando y el norte de Beni y La Paz. Podría hacer una novela bufa sobre Evo Morales, pero el personaje no me inspira la simpatía necesaria como para dedicarle mi escaso tiempo.
