En defensa de Europa
BRUSELAS – La Unión Europea hoy necesita una salvación y también una reinvención radical. Salvar a la UE debe tener prioridad, porque Europa está en peligro existencial. Pero, como enfatizó el presidente francés, Emmanuel Macron, durante su campaña electoral, reanimar el respaldo con el que solía contar la UE no es menos esencial.
El peligro existencial que enfrenta la UE es, en parte, externo. La Unión está rodeada de potencias que son hostiles a lo que ella representa, la Rusia de Vladimir Putin, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, el Egipto de Abdel Fattah —el Sisi— y los Estados Unidos que Donald Trump crearía si pudiera.
Pero la amenaza también proviene de adentro. La UE está gobernada por tratados que, luego de la crisis financiera de 2008, se volvieron sumamente irrelevantes para las condiciones que prevalecen en la eurozona. Inclusive las innovaciones más simples, necesarias para hacer sustentable la moneda común, podrían introducirse sólo mediante acuerdos intergubernamentales fuera de los tratados existentes. Y, como el funcionamiento de las instituciones europeas se volvió cada vez más complicado, la propia UE poco a poco se fue volviendo, en algunos sentidos, disfuncional.
Si la UE sigue haciendo lo mismo de siempre, hay pocas esperanzas de que las cosas mejoren. Esa es la razón por la cual la Unión necesita reinventarse radicalmente.
Reemplazar a una Europa de “múltiples velocidades” por una Europa “de múltiples carriles” que permita a los estados miembro una variedad más amplia de opciones democráticas tendría un efecto beneficial de más amplio alcance. Como están las cosas, los estados miembro quieren reafirmar su soberanía, en lugar de ceder más soberanía. Pero si la cooperación produjera resultados positivos, las actitudes podrían mejorar y los objetivos perseguidos por coaliciones de la voluntad podrían atraer una participación universal.
Es indispensable un progreso significativo en tres áreas: desintegración territorial, ejemplificada por el Brexit; la crisis de refugiados, y la falta de un crecimiento económico adecuado. En estas tres cuestiones, Europa empieza desde una base muy baja de cooperación.
Esa base es particularmente baja cuando se trata de la crisis de refugiados, y la tendencia es hacia la baja. Europa todavía carece de una política inmigratoria integral. Cada país pretende aplicar lo que percibe como su interés nacional, trabajando muchas veces así en contra de los intereses de otros estados miembro. La canciller alemana, Angela Merkel, tenía razón: la crisis de refugiados podría destruir a la UE. Pero no debemos darnos por vencidos. Si Europa pudiera avanzar de manera significativa en cuanto a aliviar la crisis de refugiados, el impulso podría cambiar hacia una dirección positiva.
Yo creo fervientemente en el impulso. Inclusive antes de la elección de Macron, empezando por la derrota contundente del nacionalista danés Geert Wilders en las elecciones generales de Holanda en marzo, se podía percibir cómo se estaba generando un impulso que podía cambiar el proceso político vertical de la UE para mejor. Y con la victoria de Macron, el único candidato pro-europeo, estoy mucho más confiado en el resultado de la elección de Alemania en septiembre. Allí, muchas combinaciones podrían conducir a una coalición pro-europea, especialmente si el apoyo al antieuropeo y xenófobo Alternativa para Alemania continúa cayendo. Este creciente impulso pro-europeo puede entonces ser lo suficientemente fuerte como para superar la mayor amenaza: una crisis bancaria y migratoria en Italia.
También me siento alentado por las iniciativas de base y espontáneas —la mayoría de ellas respaldadas principalmente por jóvenes— que vemos hoy en día. Tengo en mente el movimiento “El pulso de Europa”, que comenzó en Fráncfort en noviembre y se propagó a unas 120 ciudades en todo el continente; el movimiento “Lo mejor para Gran Bretaña” en el Reino Unido; y la resistencia al Partido Ley y Justicia que está en el poder en Polonia y al partido Fidesz del primer ministro Viktor Orbán en Hungría.
La resistencia en Hungría le debe resultar tan sorprendente a Orbán como a mí. Orbán ha buscado enmarcar sus políticas como un conflicto personal conmigo, convirtiéndome en el blanco de la constante campaña de propaganda de su Gobierno. Él mismo se proclama como el defensor de la soberanía húngara y a mí me cataloga como un especulador monetario que utiliza su dinero para inundar a Europa de inmigrantes ilegales como parte de algún plan vago pero perverso.
Pero la verdad es que soy el orgulloso fundador de la Universidad Centroeuropea que, después de 26 años, ha llegado a ubicarse entre las 50 mejores universidades del mundo en muchas de las ciencias sociales. Al financiar a la CEU (por su sigla en inglés), le he permitido que defendiera su libertad académica de la interferencia externa, ya sea de parte del Gobierno húngaro como de cualquier otro (incluido su fundador).
He aprendido dos lecciones de esta experiencia. Primero, no alcanza con basarse en el régimen de derecho para defender a las sociedades abiertas; también hay que alzarse en favor de lo que uno cree. La CEU y los beneficiarios de mis fundaciones están haciendo eso. Su destino está en la cuerda floja. Pero confío en que su defensa decidida de la libertad académica y de la libertad de asociación finalmente ponga en movimiento las lentas ruedas de la justicia de Europa.
Segundo, he aprendido que no se puede imponer la democracia desde afuera; la gente es la que tiene que alcanzarla y defenderla. Yo admiro la manera valiente en que los húngaros han puesto resistencia al engaño y a la corrupción del estado mafioso que Orbán ha establecido, y me siento alentado por la respuesta enérgica de los desafíos que plantean Polonia y Hungría. Si bien el camino por delante es peligroso, claramente puedo ver en esas luchas la perspectiva de recuperación de la UE.
El autor es presidente de Soros Fund Management y de las Fundaciones Open Society, es el autor de The Tragedy of the European Union: Disintegration or Revival?
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