Señora Bolivia
Me siento extraño al escribirle bajo un título tan impersonal, pero no “me sale” encabezar de otra manera; el estado de cosas no permite intentar la cercanía que creí tener con usted desde que allá, a finales de los años 70 del siglo pasado, tomamos la decisión, en plena dictadura, de plegarnos de manera militante a la huelga de hambre por amnistía y democracia; entonces, se sentía uno dentro de las palabras de Simón Bolívar cuando aseguró: “¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad”.
Créame, señora Bolivia, que seguimos sintiendo ese amor de libertad, pero… muchos sentimos que la idea aimarista por encima de todos, que los enunciados de un tal Choquehuanca, nos alejan de la idea de libertad y de la unidad nacional que alguna vez tuvimos, porque daba la sensación de que eran nuestras diferencias las que mantenían nuestra unidad.
En efecto, ya habíamos llegado a entendernos y vernos así a nosotros mismos, sin burdas generalizaciones y, sobre todo, sin la peligrosa intención de dotarnos de un pensamiento único, porque ésas no son prácticas democráticas; por el contrario, son tendencias totalitarias que no conjugan con ese “desenfrenado amor de libertad” del que habló don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad de Bolívar y Palacios.
Estamos viviendo en un país que dista mucho de ser como lo imaginamos en los 70 (hablo por mi experiencia) o en los 80, cuando, fusil en mano, arremetimos contra la dictadura y, sumando otros esfuerzos, logramos que la misma deje de ser tal; costó una renuncia presidencial para salvar lo más preciado que habíamos conseguido tras tantos años de negación, a nombre del Estado, de ser personas libres: el precio lo valía, se mantuvo la democracia y fuimos avanzando, mejoramos en muchos aspectos, ordenamos los mecanismos democráticos y, es cierto, no faltaron quienes decidieron engolosinarse con el uso del poder y otra vez debió renunciar otro presidente, pero ya no para salvar la democracia sino para salvarse él mismo, pero los ciudadanos fuimos capaces de ir arreglando la casa y mantuvimos el Estado de derecho.
Recuerdo haber celebrado la manera en la que ganó Evo Morales, no porque hubiera votado por él, sino porque un hombre de abajo llegaba por votos y eso marcaba una calidad democrática (practicada por la vieja política) que se vio “tomada” por oenegés, por “consultores extranjeros”, por cientistas que decidieron convertir al país en un laboratorio lleno de contradicciones que nunca tuvieron una verdadera expresión en el territorio patrio, al punto tal que se dieron modos para hacerse reelegir de maneras irregulares, no sin antes haber copado los poderes del Estado: el Judicial, el Electoral, e incluso la Fiscalía… Fíjese, señora, que no me refiero al Poder Legislativo en ese menjunje porque ese lo coparon con los votos de los ciudadanos y esa es la democracia, la que expresa la voluntad de la gente, pero no era esa democracia para imponer irregularmente un poder despótico.
Le cuento, porque esto a lo mejor no se lo dicen: recién nomás sentenciaron a prisión a unos policías que actuaron en Chaparina (no le voy a decir a usted qué es eso, porque usted es la patria y debe saber dónde está cada lugar) y a los que ordenaron la vejación, la violación de los derechos humanos de los marchistas de tierras bajas, esos a los que el poder se niega a verlos como iguales, porque tienen la idea de que la mayoría copa todo y que el “consenso” (vaya uno a saber qué tipo de consenso lograron los Sachas Llorentis y los Marcos Farfán, como cabecillas de otros, para apalear y violar los derechos de los marchistas) pero … por más doloroso que resulte, señora Bolivia, ese no es el tema, sino la desaparición de un modo de Estado y la imposición de otro por el cual no se votó nunca, porque las candidaturas jamás propusieron la desaparición del Estado de derecho que teníamos, por esto que hay ahora.
¿Que qué hay ahora? Pues… luego de que el huido impuso su candidatura, hizo fraude, anuló las elecciones, defenestró al Poder Electoral y hasta llamó a otra elección … sin él en la misma, “de ser necesario”, pero pedía lo dejen entregar el mando en enero (reconocimiento del fraude) . Fueron tiempos duros, doña Bolivia (disculpe lo coloquial); no le voy a hablar del gobierno de transición, que no fue un buen gobierno, evidentemente, pero fue 100% legal y legítimo, y tuvo el valor de recuperar la democracia y llamar a elecciones libres, ganaron “los mismos”, lo que demostraba que el huido no era imprescindible. La Comunidad Internacional, la nacional, los componedores, los trabajadores y el Parlamento de mayoría masista saben que esto es cierto; debería reconocerlo también el actual Gobierno, si hubiera honestidad entre ellos, pero ése es su argumento para insistir con prácticas que nos están haciendo daño y amenazan con cavar profundas grietas simbólicas entre “ellos y nosotros”.
Créame, señora Bolivia, que se solazan y disfrutan lo que hay porque eso les permite invadir las tierras bajas, donde viven los diferentes a ellos, en sus TCO, en sus comunidades, viven del manejo de bosques establecidos en los planes de uso de suelo antes de que ellos lleguen al Gobierno y eso les molesta, la “traba” legal y, ahora, la rebelión de los “mansos”, esos que no querían enfrentamiento, pero al final salieron en defensa de lo suyo: su tierra.
Algo comenzó a cambiar los últimos días, se cambió la palabrita vacía de “intercultural” y acuden a la categoría social “campesino”, porque entienden (siempre lo supieron) que no podrían ser parte de la categoría constitucional que dice que para ser indígena originario campesino en el lugar deben compartir ”identidad cultural, idioma, tradición histórica, instituciones, territorialidad y cosmovisión” y, sobre todo, ser “anteriores a la invasión española”… Se acabó: los llegados no tienen ninguna de esas condiciones y lo saben, por eso ahora reivindican al Estado del 52 y se llaman campesinos, cuando en realidad sus cabecillas son asaltantes de tierras que en muchos casos buscan tenerlas para venderlas.
Otro tema: el Estado necesita saber cuántos somos los que estamos en el país; qué somos, qué tenemos y, sobre todo, qué nos falta, pero el Gobierno decide asumir un peligroso camino: postergar el censo para 2024 sólo para evitar la redistribución parlamentaria y la asignación económica; ya se explicó que sin censo en 2023 la redistribución parlamentaria se daría recién en 2030 y ahí es cuando uno se pregunta: ¿“amor desenfrenado de libertad”? ¿O amor al poder de montoneras?
Creo que van por lo segundo… no tienen otro afán, no les importa ninguna otra cosa, claro, hablan de “unidad” y buscan imponer una cultura que a lo mejor es mayoritaria, pero ésa no es la idea de lo plurimulti, sino el reconocimiento y el respeto a las diferencias.
Estamos mal, señora, cuesta verla como la imaginamos y por eso me tomo la libertad de guardar prudente distancia, añorando, eso sí, el día en que todo vuelva a ser como antes, con una democracia consolidada, con un Estado democrático y ciudadanos que nos miremos y celebremos las diferencias… Sé que es mucho pedir, pero se tiene que poder.
Feliz día, señora Bolivia, si puede.
Columnas de CARLOS F. VALVERDE BRAVO