Los perversos subsidios a la energía
Los subsidios prolongados a los energéticos acaban siendo desmesuradamente perversos para las economías y las sociedades. A través del tiempo, sucesivos gobiernos del planeta y de la región, mayormente de corte populista, han instaurado, y/o conservado, subsidios, algunas veces con muy sensibles y nobles intenciones, pero las más de las veces en mero afán de conquistar votos y tratar de mantenerse en el poder.
Estos subsidios pasan factura tarde o temprano y lo hacen especialmente cuando los precios del petróleo y de la energía en su conjunto están elevados en el contexto internacional. También pasan factura cuando se transita de ser un país neto exportador a un neto importador de energía. Tal cual le ocurrió a Argentina, por ejemplo, situación que le está costando revertir, a pesar de contar con el prolijo shale de Vaca Muerta. Ahora parece que llegó el turno a Bolivia que no supo hacer reformas oportunas para reponer reservas de gas y petróleo.
Sufren las economías de los países porque ven desangrarse sus arcas, las empresas estatales colapsan, el déficit fiscal se eleva como espuma y los dólares se evaporan. Cuando toca realizar ajustes y levantar subsidios, los ciudadanos y los empresarios no están preparados para recibirlos de golpe y se producen crisis sociales, políticas e institucionales muy profundas.
Los subsidios a los energéticos también fomentan ineficiencia y pérdida de competitividad en el largo plazo. Cuando se mantienen artificialmente precios bajos, nadie valora lo subsidiado, se lo derrocha y el consumo de energía es desmesurado. No hay señal ni estímulo para tomar la eficiencia energética con tecnología y seriedad, y la dilapidación es el derrotero. Como decía un argentino: “abran la ventana che, que está muy caliente acá”. Esto cuando se calentaba con precios de gas natural irrisorios producidos en el país y que ahora los tiene que importar.
Los que más se favorecen de los subsidios son los ricos y acaudalados. Las familias con dos o tres o más vehículos, los que viajan constantemente, los que tienen piscinas calefaccionadas y muchos otros placeres de alto consumo energético. Por ende, el que menos tiene, el que anda a pie, en bus, en metro, que mora en una humilde habitación, termina subsidiando al que más recursos económicos tiene.
Fuertes subsidios a la energía por prolongados periodos también llevan a desabastecimientos, como es el caso de Venezuela y Argentina. Se ahuyentan inversiones en generación de energía eléctrica y exploración de hidrocarburos y finalmente se termina importando. Los servicios públicos de transporte y distribución de gas y electricidad se deterioran y no se expanden, en detrimento de sus ciudadanos.
Tampoco permite el ingreso en competencia de nuevas y eficientes tecnologías como es el caso ahora de la energía solar o eólica.
Muchos agudos estudiosos populistas aducen que sostener precios de energía subsidiados son alicientes para el desarrollo, el crecimiento económico y controlar la inflación. Esto no es cierto. Por ejemplo, países como Chile, Perú, Paraguay, Uruguay, Costa Rica y otros que no han practicado subsidios, han liderado y siguen liderando el crecimiento económico y la mayor estabilidad social en la región. Sus ciudadanos y empresarios se han acostumbrado y adecuado a las fluctuaciones de los precios de la energía. Mientras, observamos a los venezolanos pagando hoy en día la gasolina y diésel más caros del planeta en el mercado libre. Y los que quieren carburantes con subsidios deben hacer interminables colas de hasta tres o cuatro días para conseguir un poco de combustible subsidiado.
Los subsidios son necesarios por alguna emergencia o necesidad temporal, pero no pueden mantenerse eternamente. En algunos países se practica la focalización de los subsidios apuntando a los más vulnerables. De preferencia, estos subsidios focalizados deben ser en dinero y no en especie para evitar estimular el surgimiento de un mercado negro. Por ejemplo, en el caso de GLP (gas licuado de petróleo) se puede entregar el equivalente de un consumo mensual a domicilios que tengan escasos consumos de energía eléctrica o algún otro medidor de segmento social.
La otra forma es desregular parcialmente los precios de la energía para retirar en parte los elevados subsidios. Complicado, pero se puede lograrlo. ¿Usted querido lector que haría?
El autor es exministro de Hidrocarburos de Bolivia y actual socio director de Gas Energy Latin America
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