Transición energética justa y popular contra la crisis climática
El mundo, una vez más, ha sido testigo de un escenario de diálogo entre los sectores público y privado y los movimientos ambientalistas y climáticos, con la esperanza de alcanzar compromisos que permitan enfrentar la crisis climática. La semana pasada, Nueva York acogió la Cumbre de Ambición Climática de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Semana del Clima, generando cientos de espacios de encuentro, reflexión, protesta y propuesta, donde las organizaciones y movimientos sociales manifiestan su exigencia a los gobiernos, especialmente de las naciones con mayor responsabilidad en las emisiones de gases de efecto invernadero, y a la humanidad en general, respecto de asumir acciones ambiciosas y efectivas para la descarbonización y la transición energética, con el fin de enfrentar la urgencia climática y cumplir con la meta del Acuerdo de París que busca limitar el aumento de la temperatura por debajo de los 2 °C, preferentemente a 1,5 °C, en comparación con los niveles preindustriales.
Este encuentro se origina después de la publicación del último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el cual destaca que se están viviendo devastadoras consecuencias por el actual incremento de 1,1°C en la temperatura promedio del planeta, visibilizando la gran vulnerabilidad global ante los desequilibrios en el sistema climático, con las consecuentes y en muchos casos irreversibles afectaciones en los ecosistemas, impactos sociales y en los medios de vida de las comunidades y pueblos del mundo.
Por tanto, la necesidad de la ambición en los compromisos climáticos, que pongan un freno a la devastación planetaria no es opcional, es la única ruta que nos permitirá asumir y alcanzar los compromisos en defensa de la vida.
Si partimos del hecho que la mayor fuente de generación de los gases de efecto invernadero son los combustibles fósiles, responsables del 86% del dióxido de carbono en la atmósfera, el principal gas de efecto invernadero, es por la quema de dichos combustibles, pero que además el mundo tiene una dependencia energética del 82% de fuentes fósiles, resulta claro que el compromiso ineludible es la descarbonización, es decir, poner fin al consumo de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo). Es por esto que, en el escenario de la cumbre y la semana del clima, la sociedad ha exigido la no proliferación de los combustibles fósiles, bajo la consigna “==End Fossil Fuels”. Que tiene una connotación distinta después del SI del Yasuní ITT – Bloque 43, en el cual el pueblo ecuatoriano decidió dejar el petróleo en el subsuelo de una de las áreas más biodiversas del mundo.
Sin embargo, no se trata de cualquier descarbonización o transición energética, debe ser un proceso justo, popular e inclusivo. Ya que no es posible dar continuidad a la lógica capitalista, que usa la transición energética como un nuevo negocio, el de las energías renovables, sin afectar las causas estructurales de la crisis climática.
¿Qué significa la transición energética justa, popular e inclusiva? No se trata sólo de cambiar las fuentes energéticas, lo que sin duda es necesario, significa generar procesos de transición con justicia climática, transiciones que no profundicen las desigualdades e inequidades, que permitan transformar el sistema energético, que implique la desmercantilización de la energía, teniendo como finalidad la satisfacción de las necesidades energéticas y no sólo la obtención de ganancias a costa de los ecosistemas y de los territorios.
Ese proceso busca la descentralización y la democratización energética y plantea que la energía debe ser un derecho humano, ejercido a través de procesos participativos de gestión y gobernanza energética, permitiendo construir nuevas culturas energéticas (tanto en la producción y el consumo), energías para la vida, para enfrentar la crisis climática y la crisis sistémica que los actuales patrones de consumo y producción han generado.
Los compromisos climáticos de los países han demostrado ser poco ambiciosos e insuficientes para responder a la crisis climática y no son alentadores para alcanzar la urgente descarbonización planetaria, la cual debe ineludiblemente asentarse en la construcción de rutas alternativas que permitan generar procesos de transición energética justa, popular e inclusiva.
Columnas de TANIA RICALDI ARÉVALO