Proyecto hegemónico con pretensión de perpetuidad vs. conciencia ciudadana
En este cotejo, por inverosímil que parezca, la conciencia ciudadana plasmada en una extraordinaria participación y organización en las calles, se impuso a las pretensiones de poder perpetuo. El MAS, desde la Asamblea Constituyente, con gran habilidad y astucia, diseñó un proyecto político que perseguía, por sobre todas las cosas, la reproducción permanente del poder, con la idea de gobernar para siempre. Los cimientos de esta estrategia radicaban en la alianza con los llamados movimientos sociales.
Éstos, en ese proyecto hegemónico, fueron vilmente instrumentalizados. Su presencia en los espacios de poder fue meramente simbólica. El nivel y la calidad de vida de las bases de estos movimientos sigue igual que hace 14 años, mas no así de sus dirigentes, quienes fueron los que efectivamente se beneficiaron de esa relación corporativista prebendal. Muchos de ellos, si no la mayoría, pasaron a engrosar las filas de esa nueva casta que forjó el proceso de cambio: nuevos ricos azules.
En esa intensa disputa del control corporativo de los movimientos y organizaciones sociales, ignoraron a las clases medias citadinas, quienes con su voto dieron a Evo Morales y el MAS holgados triunfos electorales en 2009 y 2014, contribuyendo de ese modo al proyecto hegemónico del partido azul. Gracias al voto de las clases medias lograron, durante dos mandatos consecutivos, una inédita concentración de poder, con más de dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional para gobernar no sólo con legitimidad, sino con discrecionalidad.
El abuso, precisamente, de esa alta concentración de poder, la megacorrupción, la instrumentalización de la justicia y las pretensiones de poder eterno, minaron, poco a poco, ese importante apoyo de las clases medias, en sumo grado más conscientes y menos manipulables que las bases de los movimientos sociales.
El primer “campanazo” de advertencia al proyecto hegemónico masista de las clases medias citadinas se da en las elecciones subnacionales de marzo de 2015. En ocho de las 10 ciudades capitales, donde se concentra el 80% de la población urbana, la votación fue en contra de los candidatos del MAS. El batacazo (Albó dixit) es tan duro que en la evaluación de esos resultados –en el seno de la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam)– plantearon profundas reformas para relanzar el partido con una “nueva ética y moral”, con “cero corrupción” y “cero inmoralidad”.
Si hubieran tomado seriamente estas recomendaciones, quizás muy diferente habría sido el desenlace. Más bien, a contracorriente, incrementaron geométricamente los niveles de corrupción e inmoralidad; fagocitando su tan ansiada hegemonía.
La segunda expresión de este declive hegemónico se dio en los referendos aprobatorios de los estatutos autonómicos de los departamentos de La Paz, Chuquisaca, Potosí, Oruro y Cochabamba, en septiembre de 2015. El No se impuso rotundamente en esos cinco departamentos, alcanzando en promedio casi el 66%. En las ciudades capitales, donde se concentran las clases medias, la negativa fue abrumadora. Obvio, no votaron por los estatutos, votaron en contra del régimen.
El tercer batacazo se produce el 21 de febrero de 2016. A partir de ese momento, punto de inflexión, la hegemonía del MAS cae en picada. Fue una terrible derrota con consecuencias inimaginables, pues sus “ondas sísmicas” habían sido de largo alcance, al punto tal que se propagan con mayor fuerza el 20-10.
Ahora bien, conscientes de que las urnas ya no se constituyen en sus principales aliados para la reproducción de poder, prepararon un monumental fraude. Sin embargo, este fraude, que se expresa ya en el escrutinio, provocará una sistemática reacción. Gruesos segmentos citadinos, sobre todo jóvenes, se organizan y cohesionados por la “pitita” toman las calles de las ciudades. Luego de 21 días, de intensa lucha y resistencia, logran la salida de Evo Morales.
En principio, quizá, ese no era el objetivo, pues sólo pretendían el respeto de su voto; sin embargo, el curso de los hechos desembocó en la renuncia de Morales, quien, el domingo 10 de octubre, se encontró en un “callejón sin salida”.
Entonces, el desenlace final responde más a episodios y eventos acumulados. No es que se haya producido por el rebrote de la fractura histórica entre indígenas pobres y sectores medios blancos acomodados.
Como el 21F, pero esta vez con un crecimiento geométrico en su expresión, la conciencia ciudadana en las calles se impuso a las pretensiones de poder eterno. Es una descomunal estupidez, por tanto, hablar de golpe de Estado.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la UMSS
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.