La batalla por los dos tercios
En ese mundo oscuro de los políticos, es muy importante tener algo que decir por los medios. El silencio es como una pena capital, por eso andan detrás de micrófonos y de cámaras. Les caracteriza algo en común, nunca desmentido: siempre hacen lo contrario de lo que dicen. “Si se calla el cantor, calla la vida”, dice una bonita canción. Parafraseando la misma diríase: si se callaran los políticos, tal vez tendríamos menos peleas, y entre ellos sería más fácil entenderse. A la población misma, un plácido silencio le rodearía.
Como se recordará, el anterior sindicato legislativo le dejó al nuevo mandatario, a la hora del estribo, la supresión parcial de los dos tercios. Provocó un alboroto enorme, un hueso duro que roer para los políticos. Y desde ese día los opositores de dejan de hablar. No les queda otra cosa. Cuanto más intrincado sea el tema, mejor; así no se acaba pronto. Esa actitud belicosa hizo que también la Asamblea Constituyente se convirtiera en una Torre de Babel, y se prolongara sin tiempo ni materia.
Cosas increíbles y raras, muy raras, ocurren en nuestro ====typical=== país, como decía Paulovich. Por muy loco que uno sea, ¿pagaría para que le lancen piedras? Sería en verdad una locura. El 22 de enero al legislativo se le acabó el tiempo legal; pero como era buenita, la presidenta les amplió el pago de sus dietas hasta octubre, también a sus suplentes que nunca suplieron a nadie. Y de yapa conminaron al TSE para que otra vez no postergue la fecha de elecciones, so pena de ser procesado su presidente. Y para que los malos de la anterior película no se escapen, les arraigaron mediante una ley.
Hablando en pepas, como decía mi vecino, los azules tenían en el Parlamento los dos tercios para cualquier decisión, incluso para dar cumplimiento a aquella sagaz consigna cocalera: “Ministro censurado, seguirá siendo ministro; ministro no censurado, puede ser cambiado”. Sin duda, atenidos a ello, muchos ministros censurables salían del hemiciclo más bien aplaudidos. Los dos tercios eran la dictadura del “número”, la masa cuantitativa que se sobreponía a la persona individual. Pero en octubre recién pasado ya no les alcanzó, por eso lo anularon; para cualquier decisión importante tienen ahora la simple mayoría. Y de paso, pudieron marginar a la oposición a la que, como aconsejaba el mariscal de la Calancha, no le queda más que ir a llorar al río.
Por lo que tanto se aferran, ese cambio en el reglamento parlamentario no debe ser sólo administrativo, como se empeñan los azules en hacernos creer. Si fuera así, no hubiera fracasado por esa misma causa la Asamblea Constituyente de 2007. En ese entonces, tras un borrascoso torneo retórico, vino la “capitalía” como tema reivindicativo, y el soñado “pacto social”, con cuyo objeto se convocó la Asamblea, se fue a pique. Igual que ayer, hoy la disyuntiva crucial es dictadura o democracia. Por si acaso, el 55 % no es cheque en blanco.
El autor es columnista independiente
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS